La falsificación de medicamentos es un crimen que tiene que perseguirse con la misma magnitud del daño que causa la operación a la salud y la economía.

Por eso se tiene que saludar el decomiso de alrededor de un millón de pastillas adulteradas para la presión y para malestares.

Sabrá Dios la cantidad de personas que han fallecido a causa de problemas cardíacos por la ingestión de medicamentos falsificados que no surten efectos positivos.

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La operación representa también una competencia desleal para fabricantes e importadores que cumplen con el pago de impuestos por la elaboración y distribución de medicamentos.

Según el Cuerpo Especializado de Control de Combustibles y Comercio de Mercancías, las medicinas decomisadas estaban empacadas en cajas con logos y distintivos de empresas farmacéuticas nacionales y extranjeras.

La práctica, en la que siempre se ha sospechado de complicidades, es vieja, y, por lo visto, no ha podido ser erradicada.

Las autoridades tienen que profundizar las investigaciones para desmantelar todas las estructuras que se dediquen a la fabricación y distribución ilegal de medicinas falsificadas.