Rafael Mieses
rmieses@yahoo.com
Las aplicaciones o apps son herramientas tecnológicas que transforman la vida cotidiana, facilitan desde pedidos de comida hasta el envío de flores para tu enamorada. Todo tan solo con un clic. Un solo clic igualmente basta para quitar una vida.
Si, así como lo leen, con un clic se ordena un asesinato. En 2020, el ejército israelí desarrolló una aplicación que permite a los comandantes emitir órdenes detalladas para «neutralizar» palestinos.
Oren Matzliach, coronel involucrado en el proyecto, afirmó al portal Israel Defense que esta herramienta funciona como «ordenar un libro en Amazon o una pizza desde tu móvil».
Este relato, escalofriante y revelador, lo recoge Antony Loewenstein en su libro The Palestine Laboratory: How Israel Exports the Technology of Occupation Around the World.
Loewenstein explica cómo la ocupación militar de Cisjordania, Jerusalén Este y Gaza ha convertido a Palestina en un laboratorio donde Israel prueba tecnologías de represión, vigilancia y control fronterizo, que luego exporta al mundo.
Narra el escritor australiano-judio que desde su fundación en 1948, Israel abrazó el militarismo como un pilar central de su identidad nacional.
David Ben Gurión, considerado el padre del Estado israelí, impulsó una política de rearme intensivo, utilizando recursos como las reparaciones alemanas de la posguerra para desarrollar armas y tecnologías de defensa y guerra, incluso nucleares.
La ocupación de Palestina no sólo aseguró la expansión territorial y colonialista de Israel, sino que también se convirtió en el «campo de pruebas» ideal para experimentar con armamento y sistemas de vigilancia.
David Ben Gurión reconoció la importancia de una estructura armamentística fuerte para la supervivencia del Estado israelí desde la génesis del proyecto colonialista.
Hoy, Israel se presenta como una superpotencia tecnológica en el ámbito militar, exportando armas automatizadas, drones suicidas y sistemas biométricos a más de 140 países. Según Loewenstein, la ocupación no es sólo un conflicto político, sino también un modelo de negocio. La frase «probado en combate» se ha convertido en el eslogan publicitario de su floreciente industria armamentista. Israel es uno de los 10 principales exportadores de armas en el mundo.
El mercado global de armas mueve dos billones de dólares. En Israel, tanto el sector privado como el gobierno participan en este lucrativo negocio.
Desde sus primeras décadas, Israel colaboró con regímenes autoritarios y gobiernos represivos, convirtiéndose en un proveedor clave de armas y entrenamiento militar.
Documentos históricos revelan, de acuerdo a Lowenstein, que en los años 80, Israel suministró armas al régimen de Pinochet en Chile, mientras Estados Unidos mantenía un embargo oficial, entrenó fuerzas represivas en Guatemala durante la Guerra Fría, entre un centenar de relaciones.
En la actualidad, las ventas de armas y tecnologías de vigilancia a dictaduras como las de Sudán del Sur y Myanmar sólo reafirman el compromiso de mezquino de suplir al mundo terror y miseria. En República Dominicana, la valla o muro que trataría de impedir el cruce ilegal de ciuidadanos haitianos, es construido por una empresa israelí.
El ataque en Estados Unidos del 11 de septiembre de 2001, desató una nueva era de miedo global, que Israel capitalizó al posicionarse como líder en tecnologías de seguridad y antiterrorismo. Su experiencia en el control de los palestinos fue vendida como un modelo exportable.
Israel, que juega el papel de víctima como el mejor, rodeado de “esos malvados enemigos musulmanes árabes” que sólo piensan en su destrucción.
Ejemplo de alguien que vive «al filo de la navaja», pero con una navaja que siempre amenaza la convivencia y el orden internacional, porque usurpar tierras, desalojar familias enteras y erigir un Estado sobre la tragedia de otro pueblo son actos completamente inocentes, ¿verdad?
Ben Gurion sabía que armarse hasta los dientes era el camino. Si se va a ocupar, a saquear y a despojar, mejor prepararse para las consecuencias. ¡Y vaya si lo hicieron! Israel no duerme tranquilo, dicen, pero no por remordimientos, claro, sino porque, entre sueños, calcula cuántos dias más hay que esperar para apoderarse de lo que queda de Gaza, Jerusalén Este y de Cisjordania. A desalojar sin que el mundo se indigne.
Ah, pero no hay que olvidar: todo esto surge de un «maltrato histórico y religioso». ¡Por supuesto! El sufrimiento propio se convierte automáticamente en licencia para cometer atropellos y genocidios mientras Europa, donde se incubó el antisemitismo, se lava las manos.
Y mientras tanto, en el espejo, Israel ve reflejada su propia culpa, ese «vergonzante ultraje» que sigue generando respuestas y resistencias.
El libro de Lowenstein, quien no pudo otorgarnos una entrevista por estar muy ocupado en su próximo proyecto, relata cómo estas herramientas de vigilancia y la industria de seguridad, utilizadas inicialmente para reprimir a los palestinos, son empleadas por otros gobiernos para restringir libertades civiles y llevar represión.
Loewenstein critica la intersección entre lucro y violaciones de derechos humanos, resalta el historial belicista de Israel y cuestiona la complicidad global.
El autor es productor del programa radial Mar Afuera.