El “éxito” o “fracaso” de la poesía (para entrar en lleno en la provocación), del que garabatea palabras y metáforas y lo llama poesía, a diferencia de la novela o la narrativa en general, está en la elección del tema en cuestión, por la memoria afectiva para cantarle a la vida por vivir o vivida.
Un tema bien concebido no necesariamente termina en la calidad del texto a desarrollar, toque al lector en su sensibilidad, no importa la pericia verbal del mismo.
Temas como la ciudad, el amor, la muerte, sino están condenados al “fracaso”, desde sus planteamientos, sino se cantan o se escriben con el misterio “desde dentro”, de la memoria en ebullición, terminan en actos fallidos.
Temas como la familia, la muerte, Dios, el amor (nadie escribe un poemario así por así dedicado al Diablo, ni el mal consciente, sino después del acto de auto provocación. Punto de vista de la libertad de la imaginación, de todo lo que confluye dentro del escritor al momento de concebir lo escrito).
Cual sea el tema tiene que llegar vía los cuatro elementos fundamentales del cosmos, el aire, el fuego, el agua y la tierra, y la quinta estación que es la experiencia de la vida, en el lenguaje se reafirma.
Podría significar que no se crean esos elementos, sino que se perfeccionan en el mismo arte de escribir al evocarlos, moldearlos, darles formas a lo escrito con la pasión latente del tema ahogándonos.
Para su logro definitivo tiene que llegar, en libertad, parafraseando al famoso título de la compilación de poemario de Octavio Paz, llamado Libertad bajo palabra (México, 1960).
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En el ensayo, el tema está íntimamente entrelazado a la elaboración del mismo, con una consciencia atroz. El cuento, la novela están muy cerca de la libertad que da la poesía al momento del “arrebato” ante la técnica de la creación y el que se embarca tiene que saber para donde va.
¿Dónde se gesta una novela, en qué realidad? ¿Lo mismo pasa con el cuento, el poema? Los caminos de la creación, además del misterio que le precede y le antecede, son puro misterio consciente o inconsciente.
Desenredarlos en la cabeza es el reto, trabajarlo de acuerdo a los recursos expresivos de lo imaginario, la memoria y el dominio del lenguaje per se. Un punto medular en la creación de la obra literaria es el agua donde se mueven las pasiones desbordantes o no al enfrentarse en el vacío de las palabras.
Significar, si es que se consigue, que la elaboración “consciente” de una obra literaria o cual sea, anda por caminos y voluntades, “sobre humanas”. Voluntad y talento, sobre todo, hasta para el que tiene más talento acumulado en la cabeza y no en las demás partes del cuerpo con cierta calidad.
La creación artística está llena de “mañas” que se aprenden con el oficio. ¿Oficio? ¿Nada de inspiración?, pero es tan hermosa esta última palabra, por qué no decirlo, también tiene que ver con la escritura, con el pintar, esculpir, danzar, en fin, con todo que proporcione un solazmiento para apartarse de lo cotidiano para reasumirlo con más intensidad, que es la verdadera inspiración, como una especie de recreo del vivir consciente, llamado Arte.
Oficio e inspiración van de la mano que no ve ni el mismo que elabora el texto.
Oficio noventa por ciento. Inspiración de minotauro, diez, pero que vale por los cien, porque es el primer impulso.
“Y vio Dios que la luz era buena, separando la luz de las tinieblas”, hermoso comienzo de poema en prosamístico de fe, o éste más terrenal: “Poeta, no le cante a la rosa, hazla florecer en el poema”. ¿Quién tiene razón?
Por: Amable Mejía
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