Políticos, economistas y organismos multilaterales cuentan historias de terror sobre las secuelas que dejará el coronavirus en todo el mundo, tanto así que predicen tsunamis económicos y financieros que a su vez causarán gran desempleo y enormes legiones pobres o marginados, como si fuera el fin de los tiempos.
Las estadísticas de hoy son tan lúgubres como la oscuridad de un pantano, como las que apuntan que la economía mundial caerá un 4%, la de América Latina un 5,5% y la de China, un 6% y que en menos de un mes, más de 20 millones de trabajadores perdieron sus empleos en Estados Unidos.
Ese valle de lágrimas que se dibuja hoy se corresponde con un escenario de lapidación que más temprano que tarde dará paso a una nueva realidad basada en el optimismo, la esperanza y la determinación del género humano en asociar su destino con el anhelado estado de convivencia y bienestar.
El 2020 será un año para olvidar con su carga de muertes y desolación, pero también punto de partida para la profunda reflexión en la que deberán sumirse individuos, familias y sociedades, como si todos fueran sobrevivientes que desembarcan en un puerto del futuro después de deambular por mares tormentosos en el Arca de Noé.
República Dominicana posee todas las condiciones para procurar una rápida recuperación cuando baje la marea de la covid-19, pero sus súbditos tendrán que entender que esta tierra insular no será ni podrá ser la misma cuando cese el confinamiento.
Los oráculos vaticinan que la economía local tendrá crecimiento cero, aunque no descenderá al inframundo de la recesión, pero que en 2021 volverá a crecer alrededor de su potencial (4,5%), porque su reclusión pandémica ha tenido lugar en el purgatorio y no en el infierno, como ha sido con otras naciones.
Para sobrevivir al coronavirus, todos los sectores de la economía, y la sociedad en general requieren reinventarse, adaptarse e interactuar con una nueva realidad, que significa modificar radicalmente el curso de la historia y cultivar valores familiares y sociales sepultados por aludes de ambición, egoísmo, explotación y exclusión.
Todos los sectores productivos están hoy en vida latente a la espera de que una nueva sociedad, que habrá de emerger victoriosa tras la crisis que impone el coronavirus, comience a abrir los surcos de esa nueva realidad que Dios quiera sea la de una nación más justa y próspera, un Estado social de derechos que garantice inclusión, equidad e igualdad y donde prevalezca el imperio de la ley, régimen de consecuencia y, sobre todo, la dignidad humana.