No hay que pretender ser un analista social para tratar de explicar la evolución y las causas de las condiciones de subsistencia en que viven en la periferia; ni volver a las recetas de aquella vieja izquierda ideológica y radical de tan pobres resultados.
Es vivir entre basura, aguas contaminadas, falta de agua potable, dificultad de asistencia médica, vías de comunicación intransitables, desempleo, informalidad; sin energía eléctrica estable, y amenazado por la delincuencia y las medidas represivas y abusivas de una autoridad descalificada. Es decir, males agravados.
La prostitución, las drogas, el alcohol, la deserción escolar, la desintegración familiar y el hacinamiento son las vivencias aterradoras y desintegradoras de una sociedad aislada, solo conectada a las redes sociales que le agravan los males provocados por la lascivia, el consumismo y el lujo excesivo de las élites, en fin, las desigualdades sociales.No creo que mucha gente sensata pretenda actualmente que estas condiciones de vida, de inexistencia no puedan constituir un serio problema al país.
Sin embargo, menos aún creo que la manera más correcta de abordar estos problemas graves sea estableciendo políticas dadivosas, o el de la falsa realidad ilusoria de que estamos viviendo un “cambio” que nos llevará a la felicidad, cuando lo que realmente estamos es condenando y ocultando a priori como excusa cualquier desviación crítica hacia el debate barrio – Gobierno.
Pero precisamente cuanto más grave y con afectación de tanta gente sea un asunto, más necesario es tratarlo abiertamente, sin consensos forzados o patrocinando entregas de canonjías a los atrapados en ese espacio de insalubridad que sólo garantiza un pasadizo amplio del tugurio al cementerio o a la cárcel.
Hay que atender los problemas con sus complejidades y no con mecanismos de tal simpleza como el manoseado “cambio” en que vivimos, sin un orden de prioridad ante tanta miseria de todo tipo. Pero más: ¿y los cientos de miles de haitianos que cohabitan y precarizan más el entorno?