Por Alberto Jose Taveras
Un jueves como hoy hace poco mas de dos milenios el enviado de Dios, Jesús de Nazaret , celebró junto a sus discípulos la última cena. Quedó así instaurada por los siglos de los siglos el Sacramento de la Eucaristía para que la humanidad mediante este misterio divino recuerde y mantenga viva la llama de luz, espiritu y verdad que vino a legarnos Jesucristo.
La tradición de la iglesia católica y también las iglesias ortodoxa, anglicana y algunas denominaciones luteranas manifiestan su relación con Dios a través de la eucaristía que es el sacramento del cuerpo y de la sangre de Jesucristo con el pan y el vino que por medio de la consagración se convierten en su cuerpo y sangre de Cristo. En la Semana Mayor el pueblo cristiano medita sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que inicia el Domingo de Ramos y que termina con el Domingo de Pascua.
Jesús lavó los pies de sus apóstoles
En La Última Cena, Jesús a pesar de ser el hijo de Dios también lavó los pies de sus apóstoles dejando a la humanidad un ejemplo de servicio y enseñanza de humildad dónde nos llama a servir al prójimo. El Viernes Santo con la crucifixión y muerte de Jesucristo a las 3 de la tarde, bautizada luego por la iglesia como la hora de la Divina Misericordia para conmemorar este magno acontecimiento, con su Resurrección al tercer día, Jesús vence la muerte confirmando lo profetizado en el Antiguo Testamento sobre su naturaleza divina, Enmanuel, Dios entre nosotros , el enviado por Dios padre.
El Evangelio, la buena nueva, que a vino anunciarnos Jesús nos confirma que somos obra de la creación y pertenecemos a algo superior, espiritual y eterno cuya única razón y lenguaje universal es el amor que es Dios mismo, nuestro padre. Hoy que el mundo enfrenta una difícil prueba ante una pandemia global que amenaza la salud, bienestar y existencia misma de la raza humana es una excelente oportunidad en estos días de recogimiento y reflexión para profundizar en nosotros mismos y reencontrarnos con Dios nuestro creador, acudir a él, a su misericordia, a su poder omnipotente, a su eterna sabiduría y amor incondicional, para que interceda por nosotros sus hijos, por toda la humanidad que el mismo creó, para que siembre en nuestros corazones su humildad para reconocer nuestras faltas y debilidades y nos de la sabiduría necesaria para comprender las necesidades del prójimo y la entereza para trabajar por un mundo más justo y más solidario así como nos legó Jesucristo con su ejemplo y enseñanzas.
Que La Ultima Cena sea alimento de vida eterno en nuestros corazones.

