La mirada es un arma poderosa para la creación, y, por qué no, para la subversión, para la inscripción de la sospecha, de la duda en la epidermis de la costumbre. Es un espejo, a veces extenso, otras veces fragmentario, en el que se reflejan las veleidades, los milagros y quebrantos del mundo y del alma humana.
La mirada puede ser, de momento, un remanso y, después, un abismo. Su alfabeto dice lo que la superficie exhibe; pero, su lenguaje significa lo que aconteció y lo que ha de venir.
La mirada, ya sea escorzada o ya sea en su magnifica amplitud, es la medida, no del ojo, sino del hombre y su infinita sensibilidad. La mirada va siempre atenta, no al destino, sino a la sorprendente senda que su movimiento va descubriendo. No es en la llegada donde la luz habita, sino, en la suave superficie de la travesía.
El milagro estético acontece, por la particularidad con que las imágenes han sido el catalizador del aluvión de palabras. Ha tenido lugar, este hecho, en múltiples ocasiones en la historia del arte de Oriente y Occidente. La imagen y la palabra en gesto de comunión, como un único lenguaje, para la celebración y condena de la belleza y el horror, la alegría y el dolor, la claridad y el misterio como actos manifiestos en la cotidianidad.
¿Qué puede haber en común entre un paisaje de Botswana y la respiración asmática del horizonte marino de Almería, a no ser el irrepetible instante de la luz y su concierto en el justo momento de lo inextricable?
El arte hace palpable lo insondable. Por ello la cercanía entre la materialidad gráfica y sonora de la palabra y el asordinado silencio de la luz y la sombra. Extraordinarias imágenes en el lenguaje fotográfico del artista español del lente Ángel A. Martínez, que perfilan la reinvención del mundo ajeno hasta convertirlo en testimonio de un mundo propio y a la vez colectivo; y un conjunto de textos, a veces plástica y rítmicamente poéticos, otras veces cáusticos y reflexivos, de la autoría de quien escribe, articulan el contenido de la obra Miradas Paralelas, una aventura imaginaria del ojo y la palabra que ha impreso una relativa unidad estética, sensorial, si se quiere, a fragmentos de la tierra, el espacio y la vida radicalmente disímiles y extraños.
De esa extrañeza, precisamente, nace el paralelismo entre la huella evocativa de la palabra poética y la gramática indeleble de la luz. ¿Quién ha dicho que los semejantes tienen por qué aspirar a la monotonía de la igualdad?
El dato
El artista trabaja con cámaras analógicas de formato, (4×5) y panorámicas (3×17 cms).