Santiago.- Las flooores! Como un grito melodioso que entona la nostalgia y desesperación llegan por mi calle una voz lejana que enciende el recuerdo del santiaguero. Es una de las últimas marchantas de Santiago que alza su canto para ofertar flores que ha vendido por casi 40 años.
En una época de la historia de la Ciudad Corazón, las marchantas no tenían que entonar tanto y su voz era atendida por muchas amas de casa que esperaban sus productos, algunos básicos en la dieta del santiaguero.
Pero la modernidad de grandes plazas, supermercados, diversidad de quehaceres y delivery la han arrinconado en su último aliento de vida como un grito de nostalgia y desesperación por los oficios superados.
En la época en que Santiago era una ciudad pequeña con unos cuantos barrios, las marchantas solían concentrarse en sus estrechas calles del centro de la ciudad y de sus barrios más representativos, pero en la medida en que la ciudad fue creciendo y el centro se redujo a zonas comerciales, han tenido que abrirse paso por los barrios y urbanizaciones.
Matilde viene desde Los Cocos de Jacagua, arrastrando cansancio e ilusiones en un oficio que ha sido parte de su familia por generaciones. Su abuela era marchanta, su madre y cuenta, que al igual que ella, sus hermanas.
Matilde dice que lleva 46 años en el oficio de marchanta de flores por todo Santiago, sus hermanas venden verduras. Ella no quiso abundar su madre y abuela, pero lacónicamente dijo que vendían “de todo”.
Su voz no se apaga, Matilde se levanta muy temprano para comprar flores frescas traídas de Constanza en la 30 de Marzo de Santiago, luego inicia su peregrinaje por los barrios gritando flores con su melodiosa voz de acero que resuena a lo lejos entre los edificios de La Villa Olímpica, al otro extremo de la ciudad.
Matilde afirma que debe sacrificar y caminar mucho para ganarse 500 y 600 pesos, pero que a veces, no se gana nada, porque son días malos.
Las marchantas representaron más que un oficio, su canto y vestimentas marcaron una expresión genuina del folklore de Santiago y son de los grandes ícono de Santiago.
Ellas que entonaron su cantó para la posteridad mientras ofertaban productos frescos, muchos de ellos reciente traído del campo a la ciudad en lomo de sus burros.
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Sus cantos de promoción a los productos cosechado muchas veces por la misma, la familia o producido en su entorno por vecinos y familiares tenían gran demanda en los santiagueros.
La marchanta se eternizó en el pincel de grandes pintores de Santiago como Yoryi Morel y múltiples personajes para radio y televisión con su extenso sombrero para cubrirse del sol y un delantal para facilitar sus actividades de comercio por las calles de la ciudad.
Ellas son de una época forjada para aprovechar el tiempo, madrugadora y desde las cinco de la mañana ya surcaban caminos y carreteras para adentrarse a la ciudad.
Por años ofertaban carbón, plátano maduro, habichuelas verdes, guindales verdes, vainitas, maíz, panesicos, miel de abeja, huevos criollos, cebolla, ajo, vegetales, remolacha y zanahoria hervida, auyama, pan de fruta, entre otros productos.
La expansión comercial de la modernidad, los colmados con delivery e incluso paso del tiempo sobre ellas las encaminan a la extinción al igual que el que fuera su principal medio de transporte: el burro.
La modernidad se llevó los anafes y el carbón vegetal, instalando el imperio de las estufas, reduciendo a su mínima expresión el uso del carbón, uno de los productos comercializados, la modalidad de los delivery que con una simple llamada, llevar hasta el hogar, productos y mercancías, que demandan las amas de casas para el desenvolvimiento diario de la cocina.
En la última década, se han sumado vendedoras haitiana, cuyo canto está marcado, a diferencia de la marchanta dominicana profundamente por su acento.
No fue casualidad que las marchantas salieran del mismo centro de la región de mayor producción agrícola. Santiago creció rodeado de pueblos y extensiones agrícolas que engrosaron la canasta de las marchantas.
El empuje del urbanismo hacia los suburbios ha ido eliminado parte de esa agricultura y demandando fuentes más sofisticadas para suplir las cadenas de abasto de alimentos.