POR: Juan Taveras Hernández
juanth04@hotmail.com
Hace días el viejo amigo José Rafael Sosa me envió una comunicación vía Internet para asistir a un coloquio sobre el libro Pulsaciones de Radhamés Gómez Pepín. Me dijo que sería parte de los expositores. Luego me llamó Radhamés Gómez Sánchez (Chiqui), su hijo. Con gusto dije que sí aunque no había visto la obra. Al llegar al auditorio del Museo de Arte Moderno pensé que estaría lleno de colegas y amigos. Pero no fue así. Ni siquiera los periodistas de El Nacional estaban allí, lo cual me entristeció mucho. El autor del libro se encontraba en un hospital esperando ser intervenido quirúrgicamente, lo cual debió ser otra razón para ir al encuentro. (Por cierto, Radha salió muy bien de la operación. Así que espero lo tengamos vivo y de buen ánimo por mucho tiempo más).
De todos modos allí estaba el poeta Juan José Ayuso, el querido compadre y amigo de toda la vida, su hijo Chiqui, que llevó un libro que su padre le regaló cuando apenas tenía tres años de edad, y quien suscribe, hablando sobre el libro.
Apresuradamente, para no improvisar, escribí algunas líneas que quiero compartir con los lectores:
¡Increíble! Como pasa el tiempo, viejo.
Hace 30 años que entré a la redacción de El Nacional con más miedo que vergüenza por la fama bien ganada de gruñón que alcanzaste en todos los medios por donde dejaste tu impronta.
Las teclas de las máquinas de escribir saltaban en todos los escritorios mientras tú apresurabas el paso porque se acercaba la hora fatal de cierre. Por alguna razón nunca pudiste estar sentado en tu escritorio. Caminabas de un lado a otro por las instalaciones del diario, primero como subdirector y luego seguiste igual cuando te nombraron director porque Cuchito (Mario Álvarez Dugan) fue designado en el matutino Hoy.
Durante esos 30 años te convertiste en algo más que el jefe de El Nacional para mí. No eras solo el que impartías órdenes, corregía, daba boches estruendosos y que gritaba desesperado después de las once de la mañana. Con el tiempo te fuiste haciendo parte de algunos de los periodistas bajo tu mando.
Te convertiste en una escuela de redacción periodística.
Tú, que no fuiste a ninguna universidad, como muchos de tu generación, te convertiste en una universidad de la comunicación. Demostraste que para escribir bien, más que la escuela, es necesario tener talento, conocimiento del idioma y de la técnica. La práctica se encargará del resto. Tu columna“Pulsaciones” fue una escuela para mí.

