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El mecenazgo, así, otorgó el pase de entrada para que los nuevos ricos y aristócratas que inundaron el Barroco establecieran una nueva relación patrocinador-artista-obra, en donde la auto exaltación del protector transbordaba lo cotidiano y lo vinculaba a la inmortalidad junto al artista, al músico o al escritor.
De manera, el mecenazgo que se recompuso en el Renacimiento puso el primer bloque en la nueva plataforma de la producción artística, restando algo de principalía a los papas, cardenales y obispos; a la iglesia. Uno de los claros ejemplos que proporciona la historia de este menageatrois, es la relación entre Maquiavelo, los Médicis y los Borgia.
El Príncipe, la obra emblemática de Maquiavelo (que escribió unas diez obras más, entre las que se encuentran comedias, una novela, biografías, un ensayo sobre la guerra y algunos tomos de historia), refleja una totalidad: la del espíritu renacentista, una noción que bordea la conexión Hombre-Estado, pero no como enfrentamiento, sino como una dualidad en búsqueda constante del perfeccionamiento de la propia conciencia humana.
El Príncipe fue escrita para Lorenzo de Médicis II, hijo de El Magnífico, pero teniendo como prototipos de héroes a César Borgia y al propio Lorenzo. A Borgia, por su astucia para consolidar el poder familiar y la habilidad para evadir la dura persecución del Papa Julio II, quien fue el protector del escultor y muralista Michelangelo Buonarroti. Maquiavelo sólo era menor veinte años que Lorenzo y ocho mayor que César Borgia, por lo que vivió inmerso en el mejor momento del Renacimiento.
Por eso, El Príncipe es un riguroso tal vez el mejor estudio de la utilización del poder político y, sobre todo, del proceso del hombre en su ejecución. Creo, sinceramente, que en ningún estadio de la historia, el poder se ha ejercido tan plena y contundentemente como en el Renacimiento, donde la licencia para matar por cuchillo o por envenenamiento fue permitida y auspiciada por las leyes y la Iglesia o, al menos, mirada de soslayo o pasada por alto por las autoridades.
Napoleón, Roosevelt, Hitler, Lenin, Trujillo, Fidel, Kennedy, todos los gobernantes rígidos, duros, implacables, de moral dual, visionarios, democráticos o austeros, han representado el papel de El Príncipe en algún momento de sus vidas y, ¿quién sabe?, si en todos sus momentos estelares.

