Carta de los Lectores Opinión

Los muchachos del 27

Los muchachos del 27

La noche del 9 de octubre de 1971, cinco jóvenes del sector 27 de Febrero, en Santo Domingo, fueron secuestrados por un escuadrón de la muerte.

Las víctimas, Radhamés Peláez Tejeda, Rubén Darío Sandoval, Víctor Fernando Checo, Reyes Florentino Santana y Gerardo Bautista Gómez, eran miembros del Club Héctor J. Díaz, una organización barrial que promovía la cultura, el deporte y la solidaridad comunitaria entre jóvenes de origen humilde.

Este mes se cumplen 54 años del horrendo crimen. Ninguno de ellos tenía militancia política ni antecedentes delictivos. Aquella noche, simplemente salían a comprar velas para el velatorio de su compañero del Club Héctor J. Díaz, Julio A. Rivera, quien había fallecido en un accidente de tránsito. Sin embargo, fueron interceptados y secuestrados por agentes vinculados a los organismos represivos del Estado.

Puedes leer: Tiroteo en velorio deja una joven muerta y varios heridos en Los Frailes

El país vivía entonces bajo el régimen de Joaquín Balaguer, en pleno auge de los llamados Doce Años (1966-1978), uno de los períodos más violentos y oscuros de la historia dominicana reciente. La represión, el miedo y los asesinatos políticos se convirtieron en prácticas sistemáticas de un Estado que, bajo el pretexto de “preservar el orden”, ejecutó a cientos de dominicanos.

En aquella época, la Policía Nacional estaba dirigida por el general Enrique Pérez y Pérez, conocido simplemente como Pérez y Pérez, un oficial temido por la población y señalado como creador y propulsor de “La Banda”, grupo paramilitar que actuaba con total impunidad. Bajo la gestión de Pérez y Pérez en la Policía,  se cometieron algunas de las más crueles violaciones a los derechos humanos registradas en el país.

El secuestro, tortura y ejecución de los jóvenes del Club Héctor J. Díaz ocurrió en medio de ese clima de terror institucionalizado, cuando la sola sospecha bastaba para condenar a muerte a cualquiera. Los cuerpos fueron hallados con terribles signos de tortura.

Víctor Checo había sido golpeado con un tubo en la sien, quemado en el pecho y las piernas, dormido con una inyección y baleado cerca del corazón. Los otras muertes no fueron menos horrendas.

Recordar la masacre del Club Héctor J. Díaz no es un ejercicio de nostalgia ni de revancha. Es un acto de justicia y de memoria frente a un pasado que aún no ha sido plenamente reconocido.

 Deivis Cabrera

El Nacional

Es la voz de los que no tienen voz y representa los intereses de aquellos que aportan y trabajan por edificar una gran nación