El suceso durante el cual un policía y un civil se batieron a tiros tras una discusión por un turno en una gasolinera de Villa Mella tiene, de entrada, múltiples lecturas.
Pero de lo que no cabe la menor duda es que tanto el agente John Abenecio Rodríguez, de 27 años, como Santos Nicolás Camacho Almonte, de 47, se sentían respaldados por el arma de fuego que cada uno portaba.
Más allá incluso de la crispación el suceso coloca sobre el tapete el entrenamiento de los agentes policiales para lidiar con conflictos personales o sociales.
El agente buscaba echar gasolina a una motocicleta y Camacho Almonte a una furgoneta cuando se originó la discusión que culminó con el intercambio de disparos en que ambos murieron.
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Tuviera o no la razón, se supone que el agente, en su condición de protector del orden público y guardián de la seguridad ciudadana, debía evitar la discusión y más aún la confrontación en que perdió la vida.
Además de soberbia, el caso puede reflejar por distintos motivos cierto signo de crispación. En el actual proceso de reforma y profesionalización de la Policía sucesos como el de Villa Mella replantean la necesidad de instruir a los agentes para que eviten las confrontaciones.
En cuanto a Camacho Almonte la gente debe ver que la sola posesión de un arma de fuego no garantiza salir con vida de un pleito.
Por las muchas implicaciones que plantea, mal harían las autoridades en ver la confrontación en que perdieron la vida el policía y el civil como un hecho aislado.