Es comprensible que las personas, o grupos sociales, manipulen la realidad por diversas razones para intentar adecuarla a sus criterios, a sus expectativas, a sus intereses. Son mecanismos naturales de defensa que persiguen eludir la dureza que muchas veces implican los hechos que se suscitan. Lo que resulta despreciable es proceder con conocimiento de causa, conscientes de que las cosas no son como se esgrimen, sino que se actúa para tergiversar lo ostensible.
Algo similar ha ocurrido con el premio otorgado a Mario Vargas Llosa. Los críticos del galardón, que de tontos no tienen nada, construyen sus motivos para, a partir de ellos, disponer de la facilidad de exponer juicios que, igual que sus razones, son infundados. Su tesis es que el premio Pedro Henríquez Ureña no debió otorgársele a un escritor que en el artículo “Los Parias del Caribe”, insultó a nuestra nación atribuyéndole comportamientos nazistas.
El argumento es falso. Se trata de la elaboración artificial de un supuesto ataque a la dignidad nacional para que sirva de pretexto que justifique la utilización de un tema que, como el migratorio, genera en parte de la población, sentimientos que simulan patriotismo. Basta leer con honestidad el texto para descubrir la verdad.
Lejos de ser denigrante, el artículo elogia al país; su crecimiento; nuestra forma de hablar; el ejercicio de la ciudadanía y su generosidad con Haití ante el terremoto del 2010. ¡Que manifiesta su rechazo a una sentencia del Tribunal Constitucional! Claro que sí, lo cual no es pecaminoso ni criticable. El autor tiene derecho a disentir de ese fallo, como sus defensores a apoyarlo. La referencia a Alemania y su actitud ante los judíos es un símil que el Nobel de literatura hace entre los motivos que parecen sustentar ambas decisiones.
El premio que ha concitado diversas reacciones es algo de carácter cultural, otorgado por méritos literarios. Lo que debe preocuparnos es si se concede a alguien desprovisto de calidad para tal distinción. En este aspecto nadie podría objetar la selección.
En ese contexto, mal hace el gobierno, el mismo que otorgó el reconocimiento, exponiendo su desacuerdo por razones coyunturales. Cuestionó la independencia del jurado, como si alguien que se respete acepta un encargo de ese tipo para no hacer lo que su criterio le indique. Otras formas de reaccionar habrían sido menos burdas, como decir que el premio constituye una prueba del sentido democrático, plural, de nuestras autoridades.