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¡Mataron al chivo!

¡Mataron al chivo!

Ernesto Guerrero

Durante mi infancia, como en casi todos los hogares dominicanos de entonces, en la sala no podía faltar el famoso retrato con la inscripción: «En esta casa, Trujillo es el jefe». Era más sagrado que la Biblia. En la escuela, aprendí a leer con “Tatica y Fellito”, pero más que leer, lo que nos enseñaban era a venerar al Jefe como si fuera el mismísimo papá de uno… ¡y hasta más!

Por eso nunca olvido aquel día: «¡Mataron a papá Trujillo!», gritó una vecina como si se hubiese caído el cielo. Yo tenía apenas nueve años y lo que vino después parecía una película de terror: los guardias entraban casa por casa buscando a los “magnicidas”. En esos días, tener un apellido como Díaz, De la Maza o Cedeño era casi tan peligroso como tener dinamita debajo del colchón.

Algunos vecinos lloraban desconsoladamente, otros salían en la televisión haciendo fila para rendirle homenaje al cadáver. ¡Una locura! Mientras tanto, en la Duarte, casi esquina Mella, el local del MPD ardía como si lo hubieran bañado en ron y prendido con un fósforo, y los complotados eran cazados mientras los noticiarios celebraban cada arresto. Semanas después, comenzaron las protestas contra Balaguer, el heredero político del Jefe.

Los slogans eran oro puro del dominicanismo creativo: “Balaguer, muñequito de papel” y “¿Qué le falta a Balaguer? ¡Unos blumen y un sostén!”… ¡Imagínate el show!

Aparecieron entonces los «cívicos», con sus sombreritos de cana, y Viriato Fiallo gritando: “¡Basta ya!”. La conciencia del pueblo empezó a despertar y se cantaba: “Navidad, Navidad, Navidad con libertad”. Cuando la familia del dictador abandonó el país, ahí mismo empezaron los saqueos a sus propiedades y la de los “caliés”.

Con Bonelly al mando del Consejo de Estado, la destrujillización cogió carrerita. En la radio se escuchaba la canción más pegada, interpretada por Vinicio Franco, que todo el mundo coreaba como si fuera un merengue de fiesta patronal: “Mataron al chivo… en la carretera… déjemelo ver, déjemelo ver…”

En mi casa —como en muchas otras— se creó una tradición: todos los 30 de mayo se comía chivo. ¡Y no cualquier chivo! Era una fiesta. Ahora, 64 años después, es inconcebible que, sabiendo todo lo que robó, mató y pisoteó ese hombre, todavía haya quien diga con nostalgia: “Lo que hace falta es otro Trujillo”. ¡No, compadre! Lo que hace falta es más memoria histórica y menos amnesia selectiva.