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Orto-escritura: Adquisición de la lengua materna

Orto-escritura: Adquisición de la lengua materna

El pasado martes (18 de febrero de 2020) se realizó en la Pontifica Universidad Católica Madre y Maestra, en Santo Domingo, la “Jornada reflexiva sobre el español dominicano”. Fue organizada por esa institución y la Academia Dominicana de la Lengua, a propósito de conmemorarse el 21 de febrero el Día Internacional de la Lengua Materna, por disposición de la Unesco.

Intervinieron Bruno Rosario Candelier, director de la Academia de la Lengua, quien ponderó la función de las madres al enseñar a sus criaturas el lenguaje humano; María José Rincón, académica de número, se refirió a las particularidades del habla dominicana. Luis Maximiliano Quezada, maestro y teólogo, expuso acerca de cómo el niño puede forjarse la inclinación espiritual y estética desde la lengua materna.

El escritor Miguel Solano, como Quezada, miembro correspondiente de la Academia, leyó un cuento sobre el tema.
En representación de la PUCMM actuó la joven intelectual Ybeth Guzmán.

El autor de esta columna, miembro de número de la ADL, también intervino en la jornada con unas palabras en torno al proceso de adquisición de la lengua materna. Lo que se expone a continuación es un resumen de esa exposición.

La adquisición de la lengua es un fenómeno social, es decir intervienen e influyen sobre el infante entes sociales. En primer término la familia, luego el entorno y escuela.

Este proceso, no obstante su carácter social, guarda una faceta tan íntimamente biológica, que hemos llamado “lengua materna”, a la que heredamos de nuestro ámbito familiar, la primera, y mayormente la única que hablamos. La lengua es también paterna, pero en esto no se exige equidad de género. Padre y madre, además de alimentación, salud, cuidado físico y la correspondiente dotación de afecto, tienen con el infante la responsabilidad de guiarlo en el proceso de adquisición de la lengua.

El padre, como la madre, debe hablar con el niño o la niña, aunque la criatura no responda, debe indicarle los nombres de los seres y las cosas, enfatizando, obviamente, con las más cercanas y las que pronto podrán interesar al pequeño: cama, casa, mesa, agua, gato, papá, mamá, por ejemplo.

El niño escucha, aunque no hable, y va acumulando lo que oye y lo que ve, por eso nunca será recomendable dar continuidad a la pronunciación defectuosa del pequeño. Si la criatura ha querido decir “leche”, pero solo emite un sonido aproximado (ete, eche,…) nada inteligente resultará que padre, madre, la abuela o la tía repita esa forma infantil de llamar las cosas.

El niño asocia nombres de objetos y seres vivos con sonidos que puedan estos producir, pero es deber de los adultos que lo atienden corregir dulcemente al pequeño llevándolo a repetir el nombre verdadero de los seres y cosas. Es decir, perro, no “jau”; gato no “miau”; cerdo no “chon”.

Por igual, se recomienda decir al niño su nombre: Alonso, Matías, Marcos, Adele, o como sea llamado. Muchos apodos han surgido por la respuesta del niño o niña al preguntarle su nombre, sin que su capacidad expresiva le permita decir, por ejemplo: Alejandro, Maximiliano o María Altagracia.

De nosotros depende no solo la adquisición de la lengua, sino la formación de la personalidad. Será diferente la repercusión en la conciencia de ese bebé escuchar “La primera cosa bella que ha habido en mi vida eres tú”, como canta Nicola Di Bari a una niña que soportar pacientemente: “Esta muchacha ya me tiene jarta”.

La pizarrita en blanco que es su mente será llenada por nosotros, lo que allí escribamos ahí quedará. Luego la escuela y la lectura irán aumentando el caudal lingüístico de cada persona. De cada uno depende ser pobre o rico de palabras.

El Nacional

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