RAFAEL PERALTA ROMERO
rafaelperaltar@gmail.co
Esta columna se honra con presentar una colaboración del escritor Sélvido Candelaria, de quien puede asegurarse ostenta una plena conciencia de la lengua. Su obra publicada (Novelas, cuentos, poesía, ensayos…) lo demuestra, pero para ello bastaría el artículo que a continuación se lee:
Como se estila en estos tiempos, acabo de participar en una especie de seminario o conversatorio por la red cibernética, con motivo del día dedicado a enaltecer nuestra piedra semipreciosa llamada, larimar. Y, precisamente, por tratarse del símbolo de identidad que representa para nosotros esta gema (única en el mundo, sólo encontrada, hasta ahora, en la República Dominicana) me chocó la terminología utilizada por uno de los participantes, quien se empeñó olímpicamente en denigrar nuestra esencia cultural, con la intercalación, cada dos palabras, de términos extraños, fácilmente sustituibles por sus contrapartidas en español. Entre ellos sobresalió, por lo reiterado de su uso, uno que ya me jincha la ubre como decía Ma’mercedes, mi abuela.
“Este webinar”, “el próximo webinar” “otros webinares” eran parte de las expresiones que brotaban de su boca como canción en vellonera controlada por un borracho amargado. “Webinar” es la palabreja de moda en estos tiempos. Su verdolagueada propagación, se la debemos tanto al confinamiento impuesto por las medidas sanitarias como al deseo desmesurado de algunos por parecer chic; “al día”, con las novedades que nos impone la globalización conceptual. Si a este vocablo le añadimos los “foodtrucks”, el “marketing”, los “sponsors”, los “influencers” y otros torturadores anglicismos, conformaríamos el armazón del “discurso novedoso” de cualquier “cágame la traba” enganchado a comunicador u orientador, en estos días.
Al escuchar la expresión por primera vez, yo, nacido y criado al lado del mar, cuando el pescado de tercera se regalaba y pocas personas se interesaban en tomarlo, la asocié a un reguero de huevas, como los que dejaban los pescadores en la playa, al extirpar las vísceras de la captura diaria. Pero no. Busco un poco, y me doy cuenta de que está construida con dos estructuras idiomáticas foráneas: web y seminar. Y entonces me entra por razonar… “si tenemos red para web y seminario para seminar, ¿por qué no podemos construir nuestro propio neologismo? Redinar o redinario (este último me gusta más), serían dos buenos ejemplos, si lo que deseamos es “innovar”. Porque bien podríamos decir “seminario en la red” o “conversatorio en la red” y sería perfectamente entendible. Además, como que sonaría mejor, pues, hasta rítmicas me parecen esas expresiones. Pero dije que no. Tenemos que andar buscando siempre las cuatro patas y media al expresivo gato de nuestro idioma. No nos conformaremos nunca con reconocer que solo tiene cuatro, aunque lo suficientemente sólidas para mantenerlo erguido y maullando a través de sus 77 vidas.
¿Sería demasiado pedir menos agresividad en el diario golpeteo a los cimientos de nuestra cultura? Espero ver el día en que los modismos de otros idiomas, por nais que nos parezcan, no sean metidos a la fuerza, en el redil de nuestros giros significantes… bueno… al ritmo que vamos, parece que habré de seguir soñando y sufriendo. Ha de ser la penitencia que me imponen por ocupar un espacio en este mundo de conexiones instantáneas y descerecrónicas (por aquello de “desnutrición cerebral crónica”).
“Es la vida”, diría un considerado francés, en tertulia con sus amigos dominicanos, en el Palacio de la Esquizofrenia.