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Paredón digital

Paredón digital

José Antonio Aybar

Vivimos una convulsa era donde un post o un tuit pueden destruir una carrera en menos tiempo del que toma escribirlo.

Las redes sociales, que nacieron como espacios de conexión y democratización de la información, se han convertido en paredones digitales donde se ejecutan reputaciones sin juicio, sin contexto y, sobre todo, sin posibilidad de defensa.

No es una exageración. Hoy, la viralización de una acusación, un error del pasado desenterrado o una frase sacada de contexto basta para que se encienda la maquinaria del escarnio público.

Lo que antes era un tribunal con reglas, tiempos y pruebas, ahora es una tormenta de reacciones inmediatas, alimentada por algoritmos que premian el escándalo.

En cuestión de horas, una persona puede pasar de ser respetada a ser cancelada, de tener una trayectoria sólida a convertirse en paria digital.

Este fenómeno no distingue ideologías ni profesiones. Golpea de manera inmisericorde a artistas, científicos, activistas, políticos y ciudadanos comunes. A veces por delitos reales, otras por deslices menores, y muchas por malentendidos magnificados.

En el paredón digital no hay espacio para el contexto, la reflexión o el perdón. Y aunque las redes permiten señalar abusos y exigir responsabilidades, también se han convertido en instrumentos de linchamiento donde la sospecha vale más que la evidencia.

Estamos reemplazando el juicio por la histeria, la crítica por el odio, el disenso por la condena y hemos delegado en plataformas privadas la administración de nuestras conversaciones públicas más delicadas.
Necesitamos repensar nuestro comportamiento digital. La reputación es frágil, sí, pero también es un bien que no se debería destruir sin pruebas ni posibilidad de redención.

Si no encontramos un equilibrio, si no construimos una ética del debate digital, el paredón seguirá activo, esperando a la próxima víctima de turno.