Desde un primer momento se cuestionó la designación de la exsenadora Faride Raful como ministra de Interior y Policía porque, por los prejuicios propios de una sociedad tradicionalista, no se le veía el perfil adecuado para desempeñar funciones que tienen que ver con el orden y la seguridad nacional.
Se ponderó más la tipología machista que ha caracterizado ciertos entes, así como la insubordinación o independencia de la Policía, que el temperamento y la competencia de la también exdiputada y la reforma institucional promovida por el presidente Luis Abinader.
Por su condición de mujer joven y delicada, comprometida como política y ciudadana con la defensa de los derechos humanos, la transparencia y las libertades públicas, se ha tratado vanamente de ensombrecer su trayectoria a través de calumnias difundidas por las redes sociales.
Pero con el mismo coraje con que detectó y desmanteló la supuesta estructura mafiosa, que se dedicaba al robo y la venta de armas en la Policía, ha salido al frente a quienes tiran la piedra y esconden la mano.
Desde su llegada a Interior y Policía trazó con claridad sus principales objetivos, entre los que figuran la modernización de la gestión de seguridad, la construcción comunitaria del orden, articulación institucional efectiva y optimización de los servicios.
Pero en una sociedad, donde se apuesta al fracaso del adversario como vía de ascenso, se ha tratado vanamente de manchar con calumnias una imagen construida a base de hermosos valores.
Cualquiera queda aturdido no solo ante la vileza, sino la torpeza, en caso de que sea apuntalada o respaldada por algún sector político, la elección de un funcionario de la solvencia moral y profesional de Faride para una campaña de descrédito. Hay que decirlo y repetirlo para que nadie se llame a engaño: funcionarios o ciudadanos con las credenciales de ella honran el quehacer político en este y cualquier otro país. Al menos son la excepción por aquí los políticos que abrazan la lucha por el poder para servir y no para servirse.
Si bien existen sus reservas sobre los francotiradores contratados para la vana, pero sucia campaña de descrédito orquestada, de lo que no tengo duda es de que a pesar de los intereses con que ha habido que chocar con las medidas para fortalecer el orden y garantizar la seguridad ciudadana, así como en el espinoso proceso de reforma de la Policía, fallaron quienes veían a Faride como un mango bajito al que se podía tirarle piedras tanto para ensombrecer su imagen como para obstaculizar los objetivos que se ha propuesto de adecentar y transparentar, sin temor alguno, las funciones del Ministerio de Interior y Policía.