El anuncio de superación de la crisis que tambaleaba la unidad del Partido de la Liberación (PLD) con el acuerdo del jueves luego del discurso divisionista del lunes, es decir, a menos de 72 horas de marcar la raya de Pizarro, parece acto de magia sacado bajo la manga del ilusionista.
Titulares periodísticos del martes evidenciaban que el PLD transitaba camino sin retorno, porque decir que la propuesta reforma constitucional era inaceptable, que necesitaba referendo aprobatorio y que de imponerse se estaría ante un nuevo Trujillo, era alejar cualquier entendimiento.
Pero, entre peledeístas se impone la negociación si se teme, como ocurrió, que intereses internos arriesguen el mantenimiento del poder con control político del Estado como partido gobernante dominante, convertido también en grupo económico hegemónico.
Tiene lógica, entonces, la salida negociada y reparto del pastel político aunque viole principios, porque se tienen mecanismos para acomodar decisiones que pudieran evacuar “altas cortes” frente a recursos por vulneración de derechos fundamentales y otras normas constitucionales.
Mientras eso ocurre en PLD, la oposición política anda de vacaciones cada vez más resquebrajada y con asomos de nuevas fragmentaciones en coqueteo con el poder, en tiempos de zafra, amarres y “convencimientos” para respaldar posiciones oficiales, ahora en el escenario legislativo.
La oposición ha quedado sin discurso al errar el tiro y preferir por años como oponente a Leonel Fernández, dejando intocable a Danilo Medina quien ahora está ante sus narices como inminente candidato a repostular, con popularidad que tendrán que buscar formas de enfrentar día a día.
Ese acto mágico del jueves, que deja muchos de los 15 puntos acordados “en veremos”, tiene el impacto inmediato de reunificar al PLD, sacar a Fernández de competencia en 2016 y allanar el camino continuista a Medina con el poder del Estado y con “el ampaya” contra lo que pueda quedar de oposición.