La noticia de que uno de nuestros hijos se casa, despierta en inicio, grandes emociones. Comienzan los preparativos y los padres tratan de que todo sea perfecto para ese gran día, en que aquel joven que criamos con tanto amor, hará vida fuera de casa y formará su propio hogar en pareja, para luego tener familia.
Es una bella noticia, todos lo celebran y felicitan, pero es después, cuando los padres sienten el impacto de lo que en realidad significa para ellos que esto se realice.
Nuestro hijo, o hija, se va de la casa, vuela solo y eso es maravilloso, pero tiene una repercusión en nosotros como padres que llevamos más de veinte años dedicados al trabajo de cuidarlo y ahora, en la casa se sentirá el vacío y es como si lo perdiéramos.
“Ha llegado la hora de reprimir nuestro impulso natural paterno de cuidar a nuestros pollitos, de protegerlos en todo, de ayudarles en sus situaciones, en sus tristezas. Pufff! Qué cambio tan fuerte, que dura la batalla interna que comienza ahora para nosotros”, explica Ana Herrero, terapeuta familiar del Grupo Psicológicamente.
Herrero agrega en este sentido que hemos realizado la labor de padres correctamente, tenemos que volvernos innecesarios para ellos; esto no quiere decir que dejemos de amarlos o de atenderlos, pues siempre lo haremos, pero ya con una distancia saludable para no provocar en ellos una dependencia emocional patológica.
“Nos retiraremos sabiamente y con el tiempo se irá marcando cómo será la futura relación entre todos, sin agobiar. Ahora ellos deben ser autónomos e independientes, es la evolución natural del ser humano. Formar su propio nido. El amor es un proceso de liberación permanente, y ese vínculo continúa transformándose a lo largo de toda la vida”.
Abunda que los padres perdemos a nuestros bebés, perdemos esas risas que nos rodean por la casa, esos trasnochares silenciosos esperando que lleguen de la fiesta, dejaremos de pelear por el par de zapatos que se quedó tirado en la sala, ya no estaremos pendientes de sus almuerzos, etc.
Pero ganaremos en la satisfacción de la labor bien hecha, nos alegraremos de verlos volar y de que tienen la valentía de embarcarse en la dura labor de formar su propia familia. Ganaremos con otro hijo y quizás en el futuro con los nietos, pero hoy esos nietos están lejos y no calman nuestro duelo presente.
Un puerto seguro
La terapeuta explica que luego del casamiento de nuestros hijos, como padres ahora cambia nuestro trabajo, nos construimos en un puerto seguro donde ellos tienen la seguridad de que pueden regresar, que estamos allí para ellos, que pueden descansar de los avatares de la vida.
“Los recogeremos con mucho amor, amortiguaremos sus penas e intentaremos recomponerlos emocionalmente de los golpes de la vida, les daremos consuelo cuando los momentos sean difíciles y entonces, generosamente, debemos volverlos a empujar para que se encarrilen de nuevo en el ritmo de la vida”.