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Racismo

Racismo

En medio de una pandemia, el mundo se ha visto arrastrado a evaluarse a si mismo sobre uno de sus más antiguos y persistentes males como resultado de la acción de cuatro policías en una ciudad en Estados Unidos. Tan fuerte ha sido el quiebre del punto de inflexión, que los temores sobre una enfermedad sobre la cual conocemos poco no han sido suficientes para detener la movilización de millones de personas alrededor del planeta para llamar la atención sobre algo que ya se siente urgente.

Nuestro país no ha escapado al escrutinio sobre el tratamiento que damos a ciertas razas y nacionalidades, con razones de sobra. Las circunstancias extremas en las que estamos siendo forzados a evaluar nuestras actuaciones como sociedad deberían ser suficiente alerta para comprender la gravedad a la que hemos permitido que estas situaciones lleguen.
Podría concentrarme a hacer un comentario sobre las relaciones raciales en Estados Unidos, puesto que el génesis de este debate en la actualidad surge de un evento específico a ese país y a cómo culturalmente han fracasado en manejar ese tema. Pero ello implicaría ignorar los problemas similares que se viven en mí país, que usualmente podemos barrer bajo la alfombra con mayor impunidad que países con mayor relevancia en el círculo que pretende ser el ejemplar de la comunidad internacional.
Y la realidad es que yo no soy la persona ideal para hacer una evaluación correcta de la gravedad de este tema en el día a día de la vida de miles de personas en mi país. Probablemente, la inmensa mayoría de las personas que lean este artículo tampoco son las correctas para hacer esa evaluación.

Es esa, por encima de cualquier otra cosa, la mayor indicación de que tan grave es la situación de racismo y xenofobia es en la República Dominicana.

El racismo en Estados Unidos es un problema grave para ese país, pero la voz de los afectados puede ser escuchada. La situación de racismo en mi país es tan grave que no sé a quién cederle mi voz y mi espacio para que sus voces sean escuchadas.

En mí país, República Dominicana, docenas de miles de personas fueron arbitrariamente despojadas de su nacionalidad y nunca pudieron encontrar un lugar dónde se replicara su mensaje, que su realidad pudo ser lanzada debajo de una alfombra sin mucho escrutinio.
Es así dónde el racismo se hace cultura, es así donde se vuelve sistémico.

Es así dónde podemos sentarnos a criticar los males de otros sitios sin detenernos a pensar sobre los males nuestros. Quiero creer que en nuestro país no sería necesario un George Floyd a la dominicana para despertarnos, pero siento que lo llevamos tan enraizado que excusaremos nuestro racismo hasta el último respiro que tengamos hasta efectivamente ahogarnos en su ahorque.

Por: Orlando Gomez
orlando.gomez@gmail.com]

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