Durante la inauguración de la XXVII Feria Internacional del Libro 2025, el 25 de septiembre, se produjo, sin que nadie se lo propusiera, un duelo de retórica. La alcaldesa de Santo Domingo, Carolina Mejía; el ministro de Cultura, Roberto Ángel Salcedo, y por igual la vicepresidenta de la República, doña Raquel Peña Rodríguez, pronunciaron magníficas disertaciones, tan ricas de contenido como de forma.
Este comentario se centra en la pieza pronunciada por la Vicepresidenta, la cual resultó sobria, bien pensada y bien leída.
Cuando habló de su disposición para poner al servicio de otras personas su biblioteca personal, tanto la que tiene en su residencia permanente en Santiago de los Caballeros, como la colección que guarda en el Palacio Nacional, doña Raquel salió del texto escrito, para señalar la importancia de que le retornen sus libros, y puntualizó: “Yo soy embroma con mis libros”. Nunca me pareció más tierno y gracioso ese dominicanismo que al oírlo esa noche en el Teatro Nacional.
El adjetivo /embromona/ deriva del verbo embromar. El Diccionario de la lengua española define ese vocablo del modo siguiente: “Meter broma y gresca. Engañar a alguien con faramalla y trapacerías. Usar chanzas y bromas con alguien por diversión”. El adjetivo derivado es embromador, embromadora: que embroma.
En América, incluida República Dominicana, embromar tiene también los significados de: fastidiar, molestar. El vocablo se emplea, además, como sinónimo de perjudicar, ocasionar un daño moral o material.
En nuestro país, el adjetivo proveniente de embromar es embromón, embromona. Veamos lo que dice al respecto el Diccionario del español dominicano, publicación de la Academia Dominicana de la Lengua: “Difícil, complicado. 2Que resulta molesto e inoportuno”. La publicación ilustra con un ejemplo tomado de la novela Las manos de la muerte son de seda, de Miguel Ángel Gómez:“Yo le dije que no podía, que yo tenía doce hijos, y que mi marido era muy embromón. 3Que acostumbra a hacer bromas.
Sin embargo, la palabra tiene otras acepciones, tales como delicado, exigente, riguroso y hasta ñoño, ñoña, en el sentido en que se usa esta palabra en el español dominicano (Que tiene especial predilección por alguien o por algo. Persona o cosa que se prefiere entre varias). Lo dicho por doña Raquel Peña equivale a exigente, pero también a ñoña: “Yo soy ñoña con mis libros”.
Los dominicanos hemos creado también el sustantivo /embromienda/, el cual no ha registrado el Diccionario académico, pero sí aparece en el Diccionario del español dominicano con la siguiente acepción: “Situación que resulta muy molesta o incómoda”.
Para mi grata sorpresa, el diccionario cita un cuento de mi libro Punto por punto para apoyar el uso: “Qué embromienda, tu propia madre manda a prepararte una sopa y dice que esa era tu comida favorita”.
Con su reclamo, Raquel Peña me trajo a la memoria al filósofo Darío Solano, quien ante los alumnos, no obstante declararse marxista, sostenía que sus libros no entraban en la propiedad común.
Aunque se declare embromona con sus libros, en el discurso de la vicepresidenta Peña, predominaron párrafos como el siguiente:
“Déjenme compartirles algo personal. Tengo una nieta muy curiosa, incansable en sus preguntas, que me enseña a mirar el mundo con otros ojos. A ella le leo siempre el mismo libro: El Principito. Seguramente muchos de ustedes lo recuerdan.
Ese niño que no se conforma con respuestas fáciles nos recuerda la esencia de la lectura: la capacidad de interrogar, de explorar, de mirar lo invisible. Yo pienso que, si cada niño dominicano pudiera acercarse a los libros con esa misma curiosidad, con esa chispa de asombro y deseo de aprender, el porvenir de nuestro país estaría asegurado”.