POR: Oquendo Medina
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A veces la pasión o el fanatismo suelen llevar a personas duchas en el arte del análisis político a olvidar, de súbito, que en la actividad política nadie se convierte en eso que algunos erróneamente llaman cadáver político hasta que no se esté siete pies bajo la tierra.
Y para los que piensan que estoy exagerando, sin ánimo de provocar y sí de clarificar, les recuerdo que el ejemplo más acabado y contundente de lo que acabamos de afirmar lo representa el doctor Joaquín Balaguer.
Después de haber concluido el proceso electoral de 1978, en donde el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) derrotó al doctor Balaguer, no pocos analistas de las áreas sociales y políticas, creyendo que el momento político del líder del Partido Reformista Social Cristiano (PRSC) había llegado a su final. Por tal motivo echaron a correr la mentira política de que el doctor Joaquín Balaguer, después de haber ejercido el poder con manos duras durante doce largos años, se había convertido en un cadáver político. Y por tanto, jamás volvería a subir las escalinatas del Palacio Nacional.
Eso trajo como consecuencia que algunos se acercaran al partido blanco y que otros abandonaran y se alejaran del doctor Joaquín Balaguer.
No obstante Balaguer, conocedor a fondo de nuestra composición social, de los vaivenes de la pequeña burguesía conservadora dominicana y del papel que suelen jugar las masas silentes, se mantuvo en silencio, impertérrito, sabiendo que el desorden que siempre había imperado en el PRD terminaría acorralando y desacreditando a esa organización política y, naturalmente, desautorizándolo para continuar gobernando al país.
De manera que posiblemente Balaguer siempre supo que estaba destinado a volver al poder porque para aquel entonces el PLD no reunía las condiciones básicas suficientes para gobernar.
El pleito era entre ellos dos: los blancos y los rojos. Y el doctor Balaguer sabía que ante el descrédito de los blancos, ellos mismos le abrirían las puertas para que volviera a entrar al Palacio Nacional sin problema alguno; como efectivamente sucedió ocho años después, cuando el líder indiscutible de los reformistas, ante los gobiernos desastrosos del PRD, volvió a gobernar en el 1986.