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Socialización humana

Socialización humana

Efraim Castillo

Por Efraim Castillo
(efraimcastillo@gamail.com).-

En esta cuarentena he comprendido mejor la importancia de la socialización humana, la cual ha definido la propia historia, afianzado el concepto de que la naturaleza no hace nada en vano y de que el hombre —como expresó Giovanni Pico della Mirandola— “es la más afortunada de todas las criaturas y la más digna de toda admiración” [Oratio de hominis dignitate, 1487].

Y para explicar el origen de la socialización humana es preciso mezclar ficción literaria y teoría científica, ya que todo comenzó con el australopiteco [Plioceno-Pleistoceno], aquel homínido bípedo que dio inicio a la aventura humana en el paleolítico [hace tres millones de años], el cual, con una capacidad craneana de entre 450 y 600 cm3, tuvo que soportar grandes y violentos cambios climáticos, por lo que su dieta se convirtió de vegetariana en lactovegetariana, pescetariana y carnívora, lo que le permitió disfrutar de dilatados espacios de ocio por la ocupación estomacal de prótidos.

Esta alimentación aumentó su cerebro de 600 a 950 cm3 y dio lugar a una mutación del gen codificado como MYH16, según las investigaciones de Bruce Lahn et al, del Howard-Hughes Medical Institute [HHMI], que estudiaron 214 genes en el 2004 y determinaron que “el tupido haz de músculos maxilares que aprisionaban el cráneo cedió y así el cerebro pudo crecer y, aún hoy, seguir creciendo”.

El evolucionado nuevo espécimen, el homo habilis, tenía un foramen magnum situado mucho más delantero y dio a la cabeza una postura más erguida, pudiendo desarrollar invenciones como el mazo u otro tipo de tecnología y hacer posible que diferenciara los trabajos, los dividiera y pudiese asistir a una extraordinaria etapa de socialización en su vida tribal.

Esta evolución, desde luego, requirió de cientos de miles de años, datados entre las interglaciaciones de Mindel-Riss [390 mil años], Riss o Illinois [290 mil años], Riss-Würm [140 mil años], y Würm o Wisconsin [80 mil años].

Las investigaciones de Lahn arrojaron mucha luz en el evento evolutivo del cerebro humano y registraron que “al mismo tiempo los ojos, al acercarse sobre una cara contraída por el abultamiento de la frente, pudieron empezar a converger y a fijar todo cuanto las manos aprehendían, aproximaban y presentaban”.

Asimismo, se llegó a la expansión de las zonas cerebrales, a la existencia de tubérculos genianos superiores e inferiores, a la reestructuración del cuello junto con la postura erguida y se comprendió la importancia de aquilatar individuos viejos en la comunidad que posibilitaran la transmisión de experiencias y enseñaran a los menores del clan un lenguaje sintetizado hacia lo esencial.

A través de la maravillosa socialización —y ya nuestro antepasado convertido en homo sapiens— su capacidad craneana alcanzó en miles de años los 1,300 cm3, luego los 1,400-1,450 cm3; y al entrar al paleolítico superior [40,000 AP] su cerebro alcanzó los 1,600 cm3 [ya como homo sapiens-sapiens], que es el tamaño actual.

Entonces, sí, se comprendió eso que Aristóteles definió como el más profundo de los vínculos sociales: el amor.

El Nacional

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