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Terrorismo tras frase profética de Osama bin Laden

Terrorismo  tras frase profética de Osama bin Laden

Las imágenes se pierden en el tiempo. Los hechos suceden a unos a otros y se borran sin misericordia. Luego de los acontecimientos del 11 de septiembre en la ciudad de Nueva York el mundo no ha sido el mismo. Un averno toca las puertas. Todo se ha convertido en un caos, la desestabilización ha tocado los cimientos del mundo moderno.

El derribar las torres gemelas fue un apoteósico acto de terrorismo. El inicio de una emboscada que se le vendría poco a poco a todo el mundo. Fue un mensaje que Europa no entendió y que dejó en shock a todo el que contempló la caída de un monumento icónico mundial.

Desde el punto de vista cinematográfico no pudo ser mayor la estrategia ni más bien planeada la acción. Rebasaba todos los límites de la imaginación y dejaba en claro algo que cualquier libreto de Hollywood nada superaría: la ficción es una pobretona muchacha delante de la altiva y avasallante realidad.

Se comentaba aún cómo la gente se lanzaba de las torres gemelas para escapar de aquel infierno, cómo los terroristas lograron burlar la seguridad y los servicios de inteligencia, y la osadía y la audacia de usar los propios instrumentos de Occidente (los aviones) como armas letales, cuando un personaje sacaba la siniestra cabeza.

En ese escenario conmocionado apareció una figura que representaría el eje axial del terror. Osama Bin Laden.

Y es que hubo un hecho que me resultó chocante y que al pasar los acontecimientos he comprobado que ha sido determinante. Es la imagen de un hombre barbudo, con turbante, ojos borrosos como si ocultase algún enigma, y una voz calmada, con esa lentitud que anuncia, que no tiene prisa para anunciar la catástrofe. El hombre empezó a hablar, y captó toda la atención de la audiencia, como si ésta adivinara que lo que expresaría tendría un matiz trascendental.

Era Osama bin Laden, y a raíz de los atentados con los aviones en Nueva York, una cadena de televisión se había atrevido a trasmitir un mensaje enviado por éste, y en cual explicaba las causas de todo lo que ocurría, las razones de una yihab que en esos momentos era la punta de iceberg en comparación con lo que ocurre ahora.

En ese instante una frase que no sé por qué yo pensé debió remarcarse en términos periodísticos, me llamó poderosamente la atención. “El mundo ya no tendrá paz”, dijo Bin Landen. Y pronunció esa frase con un tinte profético, con una convicción que helaba el alma.

Luego yo escuchaba la opinión de un experto en terrorismo. Decía en palabras sencillas, que era muy difícil luchar contra este flagelo, y que los estados fundamentalmente reaccionaban ante unos fanáticos que nada tenían que perder en lucha.

Corría el año 2001, y Bin Laden estaba vivo. La cacería contra él se convirtió en una cuestión de honor para occidente. El hombre terminó siendo abatido mientras vivía en una mansión, y de su deceso fueron testigos el presidente estadounidense Barack Obama y su cuerpo de ayudantes y asesores más cercanos.

Pero, lejos de los que muchos pudieran pensar, la muerte de Bin Laden no representó una estocada mortal al terrorismo. Más bien resultó una cuenta que el imperio tenía que saldar con alguien que le hirió el orgullo propio.

Más allá de sofocarse el terrorismo, lo que ha pasado es que se ha expandido. Europa y el mundo sufren los embates de un mal al cual no se puede combatir con armas convencionales, pues es invisible. A cada instante nos topamos con la noticia. Hoy es Turquía, ayer fue España, hoy es Francia, mañana a quién le tocará. Es el juego de la ruleta rusa. Es el juego en el que todo el mundo tiembla, y en el que nadie se sabe seguro.

El mundo corre hacia la perdición, hacia el exterminio. Un temeroso Stefan Zweig se suicidó ante el avance arrollador que llevaba Adolf Hitler y que amenazaba con engullir a toda Europa y el mundo.

Una desesperanza que en el fondo tenía cierta lógica. Nuestro admirado escritor decidió dormirse junto a su esposa, y dejar un mundo convulso, un mundo que daba miedo a cualquier alma serena y amante de la paz mundial.

Hoy la historia no es diferente. No hay lugar seguro, no hay hora en que se pueda extasiar el alma y hacer un plan con carácter de futuro.

Todo está amenazado. Sólo cuesta cerrar los ojos, apretar el alma, y saber que en Europa ya no hay sitio público donde se pueda contemplar la historia con tranquilidad, donde se pueda respirar la magia del instante en un café o bistró. No. Todo está ahora para que en un instante cambie la vida, para que en un segundo del escenario se apodere la muerte.

Puede ser un camión, una bomba, puede ser una irrupción en la sala de redacción de un medio de comunicación. Lo impensable ya es cotidiano, y es lo que el horror convoca.

El Nacional

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