Vuelve el final del año y con esta circunstancia, el tiempo de Navidad. Cada quien que la disfrute de acuerdo a sus valores. No es la ocasión para amargar la fiesta a quienes desean celebrar a su modo.
No.
El discurso purista debe ceder paso al derecho a la felicidad de quiénes consideren seleccionar la forma que consideren.
Ojalá seamos previsores en los gastos y hábitos, pero eso es una exhortación conocida.

El universo humano es diverso, variado y cada quien selecciona sus caminos y escoge sus rutas.
Ojalá que no haya excesos y desbordamientos. Eso es una esperanza y sólo constituye un deseo. No será así, diría un pesimista.
Cada quien es responsable de su vida y su destino. Y nadie puede embargar la existencia de nadie.
En lo personal, prefiero mantenerme en la casa, sin comer en exceso y apegado de mí dieta. Pero no censuro a nadie que se entregue a disfrutar los sabores, olores y texturas de miles de tonos de nuestra gastronomía. Y opto por no beber alcohol.
Es mi opción.
Y me ha dado resultado.
No es la única válida.
Todas lo son.
Cada una con sus riesgos y ventajas que son ampliamente conocidos.
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Los que optamos por la moderación no somos seres cubiertos de la capa aterciopelada de la perfección humana. Incluso puede haber más falsedad e hipocresía en quienes pregonamos las posturas de la temperanza y el comedimiento que en aquellos que de forma autentica y sin perjudicar a nadie, optan por una perspectiva distinta.
Que cada quien disfrute como entienda.
Que cada quien se sepa en ese derecho.
Que cada quien se haga responsable a sus acciones.
Habrá consecuencias. Las veremos. Pero no será muy distinto a lo que sufrimos todos los fines de semana.
Lo ideal sería recordar cuál es el origen de la Navidad: el nacimiento de Cristo que vino a dar su luz.
Pero todo el mundo lo sabe.
Deseamos felices fiestas a todo el mundo. Con esa perspectiva de cada quien se haga responsable.
No creo haya otra forma de abordarla.