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Triste realidad

Triste realidad

Pedro P. Yermenos Forastieri

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Se dedicó de forma tan intensa al trabajo que se olvidó de vivir. Salía de su casa finalizando la madrugada y retornaba terminando la noche. Por eso, a sus pequeños hijos los dejaba y los encontraba de la misma manera: Dormidos. A su mujer, tan cansada que apenas podía recibirlo. Las suyas se trataban de faenas extenuantes porque se tomaba en serio las labores agrícolas. Podía vérsele conduciendo un tractor, inyectando el ganado o al lomo de un caballo recorriendo el terreno.
Cuando quiso reaccionar, era mucho lo que había perdido.
Desconocido para sus vástagos y un témpano lejano y pesado para la mamá de éstos.
Pese a múltiples intentos por revertir la triste realidad, nada pudo recuperarse porque lo cierto es que las cosas nunca fueron diferentes.

Era un esfuerzo inútil retornar a un espacio que jamás había existido.
El cuadro no podía ser más tétrico: Los niños, con evidentes manifestaciones de trastornos conductuales.
La señora, cada vez más dependiente de ansiolíticos y antidepresivos y él, atrapado entre la imperiosa necesidad de producir dinero y su plena conciencia de que, al actuar de esa forma no hacía más que reforzar la magnitud de aquella crisis existencial.

A todo lo anterior, se sumaba la neurótica suegra que vivía con ellos con la cual, la esposa tenía relación de dependencia patológica y quien, lejos de ser un ente en aptitud de amainar tormentas desempeñando con entrega y ternura su rol de abuela, era chispa incandescente que expandía de forma permanente el conato de incendio que, como amenaza constante, pendía sobre la cotidianidad de aquel hogar siquiátrico.

En ese contexto, resulta fácil comprender que su adicción profunda al trabajo era un mecanismo de escape de aquel desquiciante escenario cuya única fórmula que encontró para sobrellevarlo, aun fuese ficticiamente, era huyéndole todo lo que resultare posible. Apenas asumía el compromiso de suplir la enorme demanda de bienes y servicios que tenía, para las dos señoras, idéntico propósito de enmascarar verdades que no se quería ni podía confrontar.

Cuando ocurrió, supuso, con mucha ingenuidad, que la muerte de la suegra sería el antídoto para superar el caos. Todo lo contrario. El asunto empeoró de pésima manera. Desprovista de su bastón de supervivencia, la depresión se hizo crónica y cada vez había que desarrollar novedosas herramientas para evitar los frecuentes amagos de suicidio. Para él, aun siendo difícil de creer, lo peor estaba por llegar.