Al conmemorarse hoy el 51 aniversario de la muerte del dictador Rafael Trujillo Molina, dos de los rasgos más ominosos que marcaron el oprobioso régimen, como el autoritarismo y el personalismo, todavía, según algunos historiadores, están vivos en la sociedad dominicana.
José Antinoe Fiallo y Franklin Franco atribuyen al subdesarrollo político, social y económico los perfiles trujillistas que desde su punto de vista no han sido superados por la democracia. Pero habida cuenta de que no hay un partido trujillista, el historiador Juan Daniel Balcácer dice que no hay por qué preocuparse.
La discusión es importante aun sea para crear conciencia en la población. Y en ese tenor bien vale precisar, sin riesgo de osadía, que Trujillo fue sólo la encarnación de un sistema que durante 30 años conculcó los derechos humanos y todo tipo de libertades a través del crimen, la represión, la corrupción y otras prácticas. El temor, por un lado, y los favores, por el otro, envilecieron de tal modo a la sociedad que la adulonería se convirtió en un instrumento de movilidad social.
El férreo control que tenía de la nación demandaba valor espartano, como el demostrado por los héroes de la gesta del 30 de Mayo, para enfrentársele. Los conspiradores decidieron jugarse la vida con tal de liberar al pueblo del yugo de una dictadura tan odiosa como todo régimen que conculca las libertades. Es lacerante que lacras como el autoritarismo y el personalismo hayan sobrevivido en la sociedad.
Franco apela a la admiración y la nostalgia, sobre todo ante la inseguridad ciudadana y el desorden, para sustentar su tesis sobre la pervivencia de los perniciosos rasgos que ha citado del trujillismo. Y en términos políticos se limita a los métodos antidemocráticos que a su entender caracterizan a los partidos.
Si bien coincide con Franco en el subdesarrollo como causa del autoritarismo y el personalismo heredados del trujillismo, Fiallo va más allá al condenar el liderazgo individual, ese que no repara en leyes ni consensos, sino que se ampara en el poder, como responsable del empobrecimiento de la mayoría de la nación.
Sin embargo, Balcácer se decanta por otra vertiente al no ver el trujillismo como una cultura política, sino como ente concreto. Es lo que traduce su señalamiento de que al no existir un partido trujillista no hay por qué preocuparse, porque no hay forma de que ese modelo vuelva al poder por vías democráticas.
Son muchos los que piensan que el problema es de mentalidad. La de Trujillo no era dictadura porque negaba la celebración de elecciones. Después de todo, patrocinaba farsas electorales. Era una dictadura porque concentró el poder en sus manos, imponiendo su voluntad prácticamente en todos los actos de la vida nacional. El trujillismo es una afrenta que ha debido ser superada en su totalidad.