Opinión

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Vivencias cotidianas de allí y aqui

Maltratos psicológicos que pueden llevar a la muerte
-¿Así es que no quieres hablarme, desgraciado?- Preguntó la muchacha a su pareja, inconsciente de que, cuando él adoptaba esa actitud silenciosa, sólo Dios podía saber qué oscuros pensamientos cruzaban su mente.

Desde hacía un tiempo, el hombre no se dejaba rozar ni un brazo por ella. No le hablaba y si ella probaba acariciarle se limitaba a vociferarle -¡Quita! levantando considerablemente su tono de voz.

Llevaban algo más de dos meses viviendo juntos. Él, que creía tenerla segura, actuaba como se le antojaba. A veces se había mostrado cariñoso, sobre todo los primeros 20 días, y ella se sentía feliz, aunque él tenía un carácter difícil. En el transcurso de ese lapsus, él llegó a jurarle por su madre, que según dijo era lo que más quería en este mundo, que la amaba, que se había dado cuenta de ello y que ella le había robado el corazón.

Perdió su empleo y la cosa cambió radicalmente. Ella fue lo más comprensiva que pudo. Le apoyaba, le decía que no se preocupase y que, con lo buen profesional que él era, iba a encontrar trabajo enseguida. Pero él, en vez de agradecer su comportamiento, empezó a insultarla como nunca.

Y, si después de haberle hecho pasar un día amargo en el que, con sus palabras y actitud, la degradaba, la humillaba incluso en público, ella le rechazaba cuando se metían en la cama, quien se consideraba ofendido era él. Para evitar “echar más leña al fuego”, la muchacha lo aceptaba y hasta se convencía de que todo lo que estaba ocurriendo era el resultado de su decepción profesional pues, hasta entonces, ningún empresario le había echado de su establecimiento.

Siempre había sido él quien había abandonado su puesto, quedando bien, por supuesto, ya que era muy hábil. Pero, esta vez no había conseguido que “su jefe”, como le llamaba constantemente, cediera y, al sentirse frustrado, lo pagaba con ella.

En un principio, en un par de ocasiones llegó a pedirle perdón diciéndole que era consciente de que estaba siendo injusto pero que, claro, como ocurre en algunas ocasiones, descargaba su contenida ira con quien más cerca estaba.

Cierto es que ella era muy terca e insistía en preguntarle –Pero ¿porqué te portas así conmigo? ¿Te he hecho algún daño inconscientemente?-

Jamás le contestaba y si lo hacía era acompañado de una retahíla de insultos que fueron creciendo a pasos agigantados.
Ella insistía –No es justo que me dejes al margen de tu sufrimiento. Desahógate. Yo hice lo que creí que debía…- Entonces él la miraba con odio.

Un día ella se atrevió a preguntarle que si la había dejado de querer. Y él, con esa mirada odiosa, le contestó que así era, que ya no la quería. Ella no quiso creerle y siguió intentando “reconquistarlo”. Pero lo que nunca hubiera imaginado era que a él, ese día, se le fuera la mano. La mató.

El Nacional

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