Geny Payano, Heriberto Rossi, Luis Liriano (La Avispa), Ricardito, y otros; son nombres y apodos de ciudadanos dominicanos que alguna vez nos legaron testimonios de nuestra memoria político-partidarias antagónicas, y otras contingencias sociales, aunque su labor siempre fue soslayada.
Para mí, fueron más que eso: conformaron parte de una camada de aguerridos foto-reporteros y camarógrafos que consideré mis colegas. Fueron solidarios compañeros de avatares, que me insuflaron confianza y valentía como reportero de confrontaciones. No pretendo ser el paradigma de lo que fue el periodismo y el reporterismo dominicano de otros tiempos. Pero de algún modo, tuve un ejercicio atípico o muy singular; siempre luchando junto a estos sacrificados colegas, desde principios de los años 80.
A propósito del incidente ocurrido recientemente en el sector de Herrera donde en un incidente un camarógrafo perdió una oreja; y el atropello de otros, cuando el Defensor del Pueblo, Pablo Ulloa, trató de realizar una inspección de vehículos en el Canódromo; es sólo un caso más de vejaciones contra estos obreros de la prensa.
Durante intensas y peligrosas manifestaciones no en pocas ocasiones, hubimos de darnos empellones y hasta irnos a los puñetazos con agentes policiales que trataban de impedir nuestro derecho a bien informar al pueblo dominicano.
Estos enfrentamientos, por lo regular, no los comentábamos. Los medios de ese entonces eran tan conservadores que, paradójicamente, temíamos hasta ser cancelados, si contábamos sobre estos sucesos. Recuerdo cuando algunos jefes solían preguntar: ¿y la cámara…? Esto, luego de cubrir sentidas manifestaciones como la poblada de 1984, matizadas por pedreas y disparos a matar, con miembros de la Policía Nacional.