Ir al gimnasio es una de las experiencias más características de la vida moderna. O al menos ser miembro de un gym, porque en la práctica muchos de nosotros no vamos nunca.
Pero, en teoría, todos sabemos que deberíamos hacer deporte si queremos estar en forma, y una manera es ir al gimnasio.
Ese concepto de usar máquinas de ejercicios para contrarrestar los efectos dañinos de una vida sedentaria no es nada nuevo. De hecho, surgió a finales del siglo XIX. Y las mismas máquinas que vemos hoy en los gimnasios (bicicletas fijas, escaladores, elípticos, máquinas de abdominales) tampoco son tan novedosos.
Muchos pueden rastrear su origen a 1890, cuando el médico y ortopedista sueco Gustav Zander creó el primer gimnasio con máquinas en su instituto en Estocolmo. Zander fue el primero que concibió la idea de que el bienestar físico no dependía de los procedimientos habituales de le época, como la sangría, la purgación y las acrobacias vigorosas.
En vez, propuso cuidar la salud a través de lo que llamó el «esfuerzo progresivo».
Sostenía que el uso sistemático y controlado de los músculos haría que el cuerpo se ponga fuerte. Para ello, creó unas cien máquinas que buscaban emular actividades físicas habituales de la época.
Por ejemplo andar en bicicleta, subir escaleras o remar.
Así inventó los primeros modelos de muchas de las máquinas que aún son populares en los gimnasios hoy.