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Joseph Caceres

Todavía el Jaragua no cae

El antiguo hotel Jaragua fue una edificación tan emblemática que 36 años después de su demolición todavía genera recuerdos y añoranzas de arquitectos y urbanistas,  como es el caso del libro “Jaragua no cae” de Alex Martínez Suárez y Rab Messina.

Fue el centro más importante del entretenimiento y la diversión en la segunda mitad del siglo pasado, con su “Luna sobre el Jaragua” que amenizaban las principales orquestas del país, como también el night club Lafuente, con su cartelera continua de revistas musicales similares a las del Lido de Paris, Moulin Rouge y Las Vegas, que se convirtieron en un centro de atracción turística.

Pese a las numerosas protestas de gente consciente y con criterio que se oponía a la demolición de aquel ícono arquitectónico caribeño diseñado por Guillermo González, el martes 7 de marzo de 1985, ya la suerte de la obra estaba echada, y se procedió a demolerla, con una pasmosa determinación y actitud inflexible.

Y en su lugar se construyó el nuevo hotel Jaragua que sepultó su rico, expresivo y artístico diseño, para dar paso a una supuesta modernidad que en comparación con el antiguo, no presenta valores arquitectónicos que puedan prevalecer en el tiempo.

Se apropiaron de su nombre,  no se sabe si para preservarlo, o como recurso oportunista como el que mueve  el aprovechamiento de los cadáveres en las aves de rapiña.

De utilidad para ellos era el nombre, no la edificación.

Con tantos solares vacíos en el malecón de la capital, y se empeñaron en destruir un edificio, que hoy todavía se recuerda en libros que alimentan la memoria histórica de todos los que disfrutaron de aquella “luna sobre el Jaragua”.

Y por el mismo camino van las viviendas  de Gazcue, que una vez fue el sector residencial de la gente de más elevado nivel social de la capital y el país.

Una verdadera lástima que en el país no tengamos leyes para proteger nuestro patrimonio arquitectónico, y se permita con tanta facilidad la destrucción de grandes obras urbanísticas.

Claro, no vivimos en París, donde nadie se atreve a cambiar de lugar una piedra.

Por: Joseph Cáceres – josephcaceres.net

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