Quienes la recuerdan, la relacionan todavía con su ingenio, no sin dejar de esbozar una sonrisa, aquella respuesta de Balaguer cuando se le preguntó que si su ceguera no era una limitante para gobernar. Balaguer, con esa habilidad que lo caracterizaba para los golpes de efecto a través de frases sonoras, dijo que él no iba al Palacio Nacional a ensartar agujas ni hacer prácticas de tiro al blanco.
Si un gobernante no vidente planteaba y plantea interrogantes (aunque muchos aún no estén del todo seguros en el caso del caudillo reformista), uno con la exigua formación intelectual de Enrique Peña Nieto, tanto en estos tiempos como en una nación con el bagaje y la industria cultural de México, es lógico que generara inquietudes. Pero después de dos años en el poder, el tiempo se ha ocupado de aclarar muchas cosas.
Ese Peña Nieto que hizo el ridículo al no poder responder los títulos de tres libros que lo hayan marcado y que atribuyó la autoría de “La silla del águila” a Enrique Krauze, en lugar de Carlos Fuentes, hoy puede vanagloriarse de que para gobernar con responsabilidad no hay que tener la dimensión intelectual de un Carlos Salinas de Gortari, su compatriota que había sido profesor de Harvard, o del brasileño Fernando Henrique Cardoso, probablemente uno de los mandatarios de más sólida formación que ha tenido América Latina en toda su historia. Ese político que cuando era candidato hizo gala de su ignorancia en asuntos literarios e históricos ha demostrado un pragmatismo que le ha merecido reconocimiento internacional con sus profundas reformas estructurales.
En adición a la batería de cambios que ha impulsado desde que asumió el poder, entre los cuales los más trascendentales son energía y comunicación, se agrega el proyecto para crear una Fiscalía de Justicia independiente del Gobierno, que implica la transformación de un ente que por décadas ha operado como instrumento político del poder: la Procuraduría General de la República. La iniciativa, que quita al Ejecutivo el control del Ministerio Público, refuerza la bien ganada confianza que inspira a la inversión nacional y extranjera y coloca los intereses colectivos por encima de las corrosivas ambiciones políticas. (Tarde o temprano República Dominicana tendrá que ponerse en esa onda que ya cuenta con saludables ejemplos en la región). No es la panacea, pero no se puede negar que se trata de un paso extraordinario, sobre todo en la eterna batalla contra la corrupción en estos países.
Con su ignorancia intelectual Peña Nieto ha llegado donde, por las razones que fueren, ni se asomó un intelectual como Salinas de Gortari. Y, parodiando a Balaguer, es que para gobernar no se necesitan conocimientos especiales, sino sentido práctico y vocación de servicio.