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Benéfico humor dominicano

Benéfico humor  dominicano

Todos los dominicanos que escribimos sobre temas de contenido humorístico, encontramos una cantera en esa tendencia del criollo a burlarse de sus desventuras y de las ajenas. Haber vivido durante más de tres décadas en una barriada capitaleña de baja clase media, me puso en contacto con el humor negro de los pobres.
Un vecino que atravesaba una mala racha económica, y que estaba sentado a las dos de la tarde ante la puerta de su casa, respondió así a mi saludo:

-Ya ves, estoy aquí, reposando el hambre.

Otro vecino cuya vivienda de maderas colindaba con otra del mismo material, se quejaba de que cuando estornudaba, alguien le gritaba ¡salud!

En una ocasión en que crucé por su lado en el momento en que estaba devorando un par de fritos verdes con un pedazo de salchichón, me preguntó: ¿tú crees que con esta alimentación llegaré a pasar de sesenta años?
Pasó un periodo en tan mala situación económica, que dormía con un compañero de miseria en el zaguán de una casa de un sector de mediana clase media.

El amigo despertaba primero que él, y cuando lo despertaba, le decía: levántate, escuchando esta respuesta aclaratoria: no me digas que me levante, sino que me pare.

Los moradores de un barrio capitaleño, debido a lo espaciado y escaso de sus comidas, lo bautizaron con el nombre de Quijá Quieta.

En una ocasión en que degustaba un jugo de fruta en una barra, escuché a un parroquiano pedir un cigarrillo cuyo costo era de un centavo, pues andábamos por los años iniciales de la década del cincuenta.

Otro cliente que estaba sentado junto a él, se volvió a mirarlo, y le dijo: lo felicito, porque se nota que cobró hoy su sueldo.
La pobreza extrema, denominada hace ya muchos años como prángana, o fuácata, y hoy se la describe como estar en olla, se manifiesta en numerosos detalles, como la cabellera huérfana de visitas al salón, el zurcido o el remiendo de la vestimenta, el calzado desgastado, y el eructo revelador del vacío estomacal.

Pocas desventuras se igualan a la del pobre que pierde el empleo, y sin embargo escuché a alguien afirmar que era tan orgulloso, que cuando lo cancelaron de una oficina pública, de inmediato renunció.

Ese espíritu burlón, hombre bien parecido, conquistó a una muchacha fea y rica, y cuando fue a pedir su mano, los padres de la damisela le preguntaron que cuál era su profesión u oficio.
Trabajo en una panadería, como contable y cajero..

Debido a que el romance duró poco tiempo, los progenitores de la joven no supieron que lo de contable y cajero consistía en contar panes y galletas, antes de introducirlos en las cajas donde serían distribuidos.

Ante el paso de una mujer de bajísima estatura, escuché a un paletero exclamar: oh, esta mujercita uno la mira, y se acaba de una vez.

Dicen que al dominicano le encanta apelar al crédito cuando se convierte en cliente habitual de algún estabecimiento comercial.
Y que a eso se debe que los chinos propietarios de moteles no establecen relaciones amistosas con sus clientes, porque piensan que es difícil pagar un fiao tras el final del delicioso y antiquísimo forcejeo.

En la década del cuarenta se puso de moda colocar en paredes de colmados y ventorrillos este letrero: no fío hoy, mañana si.
Pero como cada día tiene un mañana, el cartel mantenía vigencia por los siglos de los siglos.

No se requiere ser brujo para adivinar que los aficionados al fiao maldijeron a la progenitora del que inventó el ingenioso texto.
Agobiado por no poder cubrir sus más perentorias necesidades, un conocido morador de mi barrio acudió ante una prestamista del módico interés del veinte por ciento mensual.

Mirando con fijeza el rostro del peticionario, la usurera preguntó: ¿por casualidad es usted espiritista? Le pregunto, porque está hablando con una muerta.

Y es que en el argot popular dominicano, negarle dinero a alguien teniéndolo, es “tirarse a muerto”.
Ante un pulpero de mi barrio, hombre antipático, se presentó una mendiga portando una imagen en yeso de la Virgen de la Altagracia.

-Deme algo para mi santa- dijo la pordiosera.
-Déjamela aquí, que yo te la mantengo- fue la respuesta del grosero comerciante.

El Nacional

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