Alicia Guerra Gerónimo. No escribiré sobre una profesora cualquiera. Más allá del trabajo de la enseñanza, el propio de Alicia era el de una maestra. Por eso, tal vez, la encontré un día junto a uno de los mellizos Blandino, hablándole de sus capacidades e inteligencia.
Sentada en uno de los pupitres de madera del colegio, tenía al mellizo a su lado, en otro pupitre. Vivían estos inquietos mellizos, justo frente del Colegio Nuestra Señora de la Altagracia, en San Carlos. En criollo, podría asegurarse estaban puerta con puerta con el colegio.
No era un par precisamente tranquilo, a diferencia de los hermanos Tejeda, residentes a la vera de las instalaciones de la novísima institución escolar. Los vecinos del frente estaban más interesados en destacarse como tremendos y no precisamente como aprovechados estudiantes. Alicia deseaba lograr un producto diferente al objetivo de la pareja Blandino.
Por eso la encontraba recostada del tablero frontal del pupitre. Codos apoyados en el tablero, una mano sobre el cuaderno del mellizo y otra como si sostuviese su propia cara.
“Tú lo sabes. ¡Eres inteligente, niño!”, le aseguraba.
Yo la buscaba, a Alicia, para consultarle sobre algún tema de las clases. Debía llegar a mi casa dominando los temas sujetos de las lecciones, para evadir los enfoques de mi padre. Papá exigía explicaciones sobre los aprendizajes alcanzados en aula. A diferencia, mamá solía asumir una actitud más comprensiva, similar a la de Alicia. Por eso la observé durante un rato mientras procuraba convencer a este mellizo de la posesión de capacidades e inteligencia suficientes como para aprender lo ya enseñado.
Debo añadir que lo tratado con el mellizo no era propio del español enseñado por ella. Era de historia, asignatura de la cual era encargada la licenciada Ruth Nolasco, hija de los historiadores, don Sócrates Nolasco y doña Flérida de Nolasco.
Alicia era muy positiva. Tanto que quizá por ello vivió 94 años. Nunca se cansó de alabar a un alumno suyo. Les hacía un retrato de sus valores. Por cierto, a lo largo de mi vida he pensado que todos tratábamos de ajustarnos a esa figura delineada por ella.
En clases de la gramática castellana, partía de la simpleza. Aunque egresada de la Escuela de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo, nunca intentó complicar la mente de los alumnos con reglas complejas y escabrosas.
Se inclinaba por el dominio por parte de sus alumnos, de una correcta escritura de la frase, la oración y el párrafo. Y por supuesto, decidida correctora de las faltas ortográficas.
Fue de las fundadoras y propulsora ella misma, del Instituto Secular Nuestra Señora de la Altagracia. A ella le decía yo, en referencia a esa organización, que ellas eran “monjas secretas”. Y ella reía hasta más no poder.
Manuel Bienvenido Troncoso Sánchez. Le decíamos Ingeniero, pues ofrecía las lecciones de matemáticas desde el primer curso al cuarto del Bachillerato. Él mismo nos aclaraba, no obstante esta denominación profesional, que era Agrimensor.
Manolín a secas, como también le decíamos, no era un profesor cualquiera. Recuerdo la mañana de su llegada con un tocadiscos portátil y un disco grande. Ese día, lo habríamos de escuchar con un poco de álgebra y otro poco de música.
Intrigados todos, no creo a nadie interesado tanto en las operaciones algebráicas como en el disco. Manolín tenía a sus alumnos acostumbrados a tocarles asuntos tan distantes de las matemáticas como el aseo personal, el saludo matinal a los parientes en la casa y a los amigos en la calle.
Este día, llegado el momento elegido por él, explicó el significado del nombre musical Obertura. A seguidas habló de la “1812”, obra de Peter Ilich Tchaikovsky. Con brevedad expuso cuanto se ha dicho de las motivaciones del autor. Y por supuesto, como corolario, colocó el disco y lo hizo sonar.
En la medida en que se reproducía, hablaba sobre el tema musical. “Este es el momento de iniciar la retirada de Napoleón del territorio ruso”. “Aquí se escuchan las detonaciones de los cañones rusos”. “Estas son las campanas sonando por la liberación”, etc.
Ese era Manolín Troncoso. Un Maestro no solamente de matemáticas, sino de civismo, costumbres sanitarias y sociales. Y aficionado a la música culta. Como Louis Van Beethoven, por cierto, era medio sordo y usaba una prótesis auditiva para conectarse con sus alumnos.
No era hijo de Don Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, sino de su hermano Don Parmenio. Casados éstos con dos hermanas de una familia Sánchez, los hijos de ambos se apellidaban Troncoso Sánchez.
Más adelante, no necesariamente en mi siguiente escrito, hablaré de otros Maestros que lo fueron para la asignatura de toda la vida de sus alumnos. Sobre todo, míos.