En países de la región como Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil, donde existe el voto obligatorio, no puede decirse que la democracia sea más transparente y sólida que en República Dominicana ni muchos países en los que el sufragio se considera un deber ciudadano.
La espiral abstencionista que se ha verificado en los últimos procesos electorales no deja de ser preocupante, pero la causa no debe buscarse sólo en los ciudadanos, sino también en el liderazgo político.
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Es obvio que, por distintas razones aquí y en muchas naciones los paradigmas para el ejercicio del sufragio han cambiado considerablemente. Pero la abstención no es como para que se trate de incurrir en el absurdo de imponer el voto obligatorio.
El proyecto de ley que se promueve en ese sentido debe, de todas formas, estudiarse a fondo, para tratar de encontrar algún elemento que atraiga los electores a las urnas sin necesidad de una camisa de fuerza.
Hoy se cacarea que la abstención beneficia al partido en el poder, pero ayer ¿a quién beneficiaba? Si la decisión es inducida, como se ha denunciado para deslegitimar resultados, para eso están las leyes, si es que se aplican.