Debilidades que limitan
Señor director:
Los que pretendemos ser coherentes, tenemos sentimientos arcanos y agradecimiento generacional que se corresponden con algunos dirigentes de la cosa pública; se nos hace difícil auscultar las políticas de partidos.
Villa Francisca, de donde es oriunda la primera dama Cándida Montilla, en la aciaga época en que gobernó Joaquín Balaguer era un sector de juventud inquieta, y con ideales de izquierda. Pero sobre todo, y con todas nuestras disquisiciones, éramos afectivos y solidarios.
Tal vez por esas características es que sentimos una inexplicable sensación cuando observamos a Danilo Medina pronunciar un discurso en el que están presentes su esposa y sus tres hermosas hijas. Más que escuchar a Danilo que, aunque nos parezca familiar no estamos precisos en si lo conocimos o tratamos alguna vez; observamos la expresión en el rostro de Cándida.
Al margen de sus hijas que son fruto de esta contemporaneidad, nos preguntamos si Cándida, una mujer integra proveniente de un hontanar humilde cuya personalidad se forjó al ritmo de las faenas de un padre cuyo oficio era la zapatería, tiene la suficiente reciedumbre para soportar los dardos dirigidos contra las ejecutorias políticas de su esposo.
¿Deben preocuparnos esos asuntos, cuando no somos peledeístas, danilistas, ni nada que se le parezca; además de no estar emparentado con la familia presidencial? En lo absoluto, podría decirse que no; pero debemos admitir que sentimos cierta aprensión que no sabemos si podría traducirse en preocupación.
Debemos añadir que gente de sentimientos como el de nosotros aún a distancia; en Nueva York, siempre atados afectivamente a los que quisimos y todavía apreciamos, existe el temor de que los tormentos de esa familia también afecte a otros de su entorno, que no hemos dejado de estimar y valorar.
Evidentemente estas debilidades, tal vez para algunos risibles y cursis, como opinantes, y por el momento, nos impidan adentrarnos más en el intríngulis de la política en República Dominicana.
Somos de opinión de que si deseamos un mejor país, debemos separar los amiguismos, “canchanchanerías” y otras relaciones, de lo que debe ser el justo cumplimiento de una sociedad y Estado competitivos donde no se practique el nepotismo ni ningún otro desacierto que, en procura de beneficiar a los nuestros, perjudique a los demás; lacere la justicia y, subsecuentemente, se obvien las demandadas sinergias que nos conduzcan por senderos donde reine la equidad.
Atentamente,
Fernando A. de León