Hay personas que cuando mueren no solamente dejan una profunda tristeza, sino que viven permanentemente en nuestros recuerdos. Tal es el caso de don Chujo Pimentel Líster, hombre bueno y valiente que dejó profundas raíces de lucha y honestidad en Puerto Plata, pueblo siempre rebelde cuando se trata de defender las libertades democráticas de nuestro pueblo.
La información de que había muerto el 24 de febrero pasado me tomó de sorpresa, en momentos en que por variadas circunstancias no pude acompañar a su familia en esos momentos tan tristes, cuando entregaban a la madre tierra los restos mortales de tan eminente ciudadano.
En el ambiente sofocante que se vivió bajo la brutal tiranía de Trujillo, Chujo tuvo la osadía de aceptar la encomienda para mandarle todos los días la comida a Manolo Tavárez, quien entonces guardaba prisión junto a quien escribe en la fortaleza San Felipe, de Puerto Plata. Ese solo hecho pudo haber costado la vida a Chujo, pues no hay que olvidar que bajo el trujillato era sumamente peligroso ser amigo, mucho menos ayudar, a cualquier desafecto, como eran calificados los opositores del déspota.
Chujo, amigo de la familia Mirabal, sabía el riesgo que corría, pero aún así nunca vaciló. Había sido amigo de don Manuel Tavárez, el papá de Manolo, a quien conoció en Montecristi. Es decir, los unían lazos fraternales.
Jamás olvidaré aquel día que Chujo nos mandó a preguntar el tipo de comida que desearíamos. Manolo me preguntó: ¿Tú crees que sería un abuso pedirle que nos envíe un poquito de lambí? Es una buena pregunta, pero si Chujo manda a preguntar, pues vamos a ver qué pasa… Y nos mandó lambí. Esto refleja, a mi juicio, la solidaridad de Chujo, pues él también era antitrujillista. Estaba consciente de que nuestra situación en la cárcel era precaria y quiso darnos esa satisfacción.
El asedio a que fue sometido por los esbirros del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) le ocasionó inconvenientes, a tal punto que su negocio quebró por la falta de clientes. Era algo común bajo la tiranía: pocos se atrevían a ir a un negocio cuyo dueño hacía ligas con enemigos de Trujillo.
En la última visita que las muchachas nos hicieron en la cárcel, nos llamó mucho la atención que la custodia nos dejara prácticamente solos en el pequeño salón donde recibimos a Minerva, Patria y María Teresa, esta última mi esposa.
Esto nos permitió hablar más ampliamente, enterándonos que Trujillo andaba por la zona y que en Villa Tapia le comentó a un cacique de apellido Quezada que su gran problema eran los curas y las Mirabal. Manolo despejó la interrogante y ordenó a las muchachas no viajar a Puerto Plata… Chujo se encargaría de conseguir una casa, que nunca llegaron a vivir porque ese trágico 25 de noviembre las hermanas Mirabal ascendieron a la inmortalidad tras el crimen que marcara el principio del fin de quien había sojuzgado a este pueblo.
Chujo ha muerto, pero siempre vivirá en el corazón de quienes tuvimos el honor de conocerle.