Para quienes tenemos el privilegio de escribir estas periódicas columnas en los medios de comunicación, constituye un compromiso ineludible darle seguimiento minucioso al quehacer nacional. Es una manera de poder evaluar los acontecimientos primero a partir de la información, y luego sobre la base del análisis menos subjetivo que resulte posible.
Esa circunstancia, la cual se asume con pasión y responsabilidad porque el oficio seduce y atrapa, adquiere matices especiales cuando nos alejamos del territorio patrio y nos encontramos con dos variables de mucha influencia en los resultados: Apreciar los hechos a partir del cariz que adiciona la distancia, por un lado, y por el otro sucumbir ante el no siempre agradable hábito de comparación con nuestras características.
En efecto, es cierto que trazar lejanía del vórtice de los episodios que se abordan, ofrece una perspectiva distinta de quien se ve compelido a enfrentarlos cuerpo a cuerpo. La cotidianidad, el calor de los sucesos, el contacto directo con otros puntos de vista, condiciona en mayor o menor medida la opinión.
De igual manera, es normal que siempre que nos colocamos en escenarios similares a los que nos desenvolvemos, y tenemos oportunidad de constatar las formas distintas en que las cosas se desenvuelven en los espacios que no son los nuestros, en seguidas nos agobia un proceso de comparación, con resultados siempre deficitarios para los intereses que representamos y nos duelen.
Pese a esas experiencias entristecedoras en ese aspecto, se preserva la ilusión de que, al arribar a este terruño querido, podamos encontrar cosas diferentes, en una especie de sueño que se estrella con el desdén de la realidad al colocar la mirada sobre las mismas miserias.
Es increíble la sensación que se percibe al ponernos al día después del regreso. Hacemos un ejercicio de ficción que consiste en imaginarnos redactando noticias que leeremos en los periódicos. Acertamos en todas. Parecería que no nos perdimos de nada y que repetimos episodios de cuando nos marchamos y, lo más importante, idénticas respuestas ante ellos que, en todos los casos, no hacen más que reafirmar las causas de cuanto ocurre.
Ese es el círculo vicioso que se reitera de forma inexorable. Por eso asistimos a un sistema casi inmutable en que las cosas ofrecen la sensación de cambiar, pero cuando son auscultadas aun de manera superficial, nos encontramos con que apenas se trata de un ardid para garantizar que todo continúe irremisiblemente igual.