José Rafael Sosa
El cine dominicano ha transcurrido por un proceso de auto cualificación que le ha llevado a mejorar muchísimo tanto en su producción, proceso y enclave para conformar una marca nacional del cine.
Los temas dominicanos, tanto los hechos históricos como los que aporta la literatura nacional, han evidenciado su importancia fundamental para dar conceptos a las películas que produce el país.
Esos hechos reales o imaginados, han constituido la prehistoria y la historia del cine tricolor dominicano, desde los trabajos del fotógrafo y editor Francisco Palau que, en 1922, al lado del fotógrafo Tuto Báez y Juan B. Alfonseca hacen la primera película de ficción del cine dominicano: “La leyenda de la virgen de la Altagracia”, sobre la base de los escritos del historiador Bernardo Pichardo, cortometraje estrenado la noche del 16 de febrero de 1923.
Entre este año y la caída de Trujillo, solo ocurrirán como expresión de un cine oficialista bajo las directrices del dictador, reportajes audiovisuales y documentales sobre las realizaciones del dictador, todos de alabanza y reconocimiento a la obra de gobierno.
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En 1963, que el dramaturgo Franklin Domínguez, adapta al formato de cine, su obra teatral “La silla”, donde denuncia los horrores del régimen de Trujillo, convirtiéndose en la primera producción dominicana que se realiza después de la caída del régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo, siguiendo el patrón de tomar la literatura o la realidad dominicana, como base de una industria que distaba mucho de ser lo que es hoy.
El paso de los años evidenció, primero con Un Pasaje de Ida, basada en un guion (historia) de Agilberto Meléndez, escritor y cineasta que abre las puertas del país al cine, en 1988, con su ópera prima, “Un pasaje de ida”, un producto que se constituye en una intención fílmica de apuestas y remedios dentro de lo que significa realizar un cine dominicano.
