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Convergencia

Convergencia

Efraim Castillo

¡Oh, qué horror!

1

No puede haber quebradura de luz en la hondonada. Todo se propaga para engañar; para vender esplendores remotos donde sobrevuela siempre la herida y se apagan los goces. ¿Habrá alguna manera de comprender los retos, las formas sinuosas, la caída de las promesas? Sólo es un estar apaciguado, tan lejanamente absorto como un recuerdo sin memoria, como una molécula sobre el tormento infinito; sólo es estar a la espera, al reclamo de un razonamiento tempranero, avizorador de las angustias venideras para que supervivan las esperanzas raídas, las esperanzas partidas como nueces, descuartizadas como una diminuta perdiz en el estío o un saltamontes atrapado al vuelo.

2

Lograría, tal vez, estamparme en la confusión de este llanto por brotar; de impregnarme en lo elástico del cosmos y osar enfrentarme a los demonios de la estafa con estas manos que ya tiemblan, que retuercen su furor golpeando las mentiras o haciendo tamborilear las agonías. Pero, ¿bastará con los amagos, con las amenazas desde lo inesperado, desde esas voces que enmudecen por asombro? ¿Bastará con un simple brote de alegría o con un soplo de voz silbante? ¿Será suficiente, ante el ciego deseo de un verdadero cambio redoblar la fe y abanicar la osamenta del apabullante destino, aplaudiendo el estallido de turbas enfurecidas?

3

Habré de pisar el lodo, las diminutas astucias del egoísmo estatal; del bullicioso rincón de las jugadas ideológicas, del hollín irredento de mil fogatas perdidas, de las capas de polvo acumuladas desde la ilusión violada. Tendré que alzarme con los alientos del cansancio, desde el altar de los viejos héroes con sus mitos abandonados cubiertos de  herrumbre y el vuelo perdido de las mariposas doradas; tendré que amanecer descalzo entre la niebla, entre las alcantarillas sin desagüe y los grifos aciagos del diluvio.

4

Será entonces cuando alguien penetrará a la guarida de los lobos para preguntar si arribó, al fin, la luz del viejo ahogo y determinar si la alquimia de la trampa contiene la redención. Será entonces que alguien  podrá romper con furia el destino que nos marca y quebrar los estremecimientos recónditos de los sueños; esparciendo cianuro en las grietas del dolor.

5

Pero, ¡oh, qué horror! ¿Hacia dónde nos llevarán estos decretos que establecen fronteras, iniquidades y figuras yermas? ¿Hasta cuándo permanecerá el hábito de fundar quimeras que vagan como jinetes apocalípticos, como frenéticas rupturas de las viejas doctrinas, como pálidos vientos entre los constantes renuevos? ¡Oh, qué horror! ¿Será que estos almacenados años de pleno desorden social, de giros constantes entre el ayer y el hoy, entre los huracanados vientos de la corrupción, fijarán una plétora, una variante para operar lo inoperable, lo ya sentenciado en la historia, en las huellas cambiantes de mis genes?

Por: Efraim Castillo  (efraimcastillo@gmail.com)

El Nacional

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