Era el 2004 cuando nos encontrábamos por primera vez ocupando uno de los asientos transitorios de la administración pública, ya que contagiado por Bosch en el primer Gobierno del PLD nos dedicamos a seguir dándole contenido al movimiento político que representábamos.
En aquel puesto le asignamos un anuncio a un comunicador que tenía un programa de televisión en uno de los canales UHF, sábado a las once de la noche. Como lo había conocido en el puesto, el hombre siempre agradecido iba sucesivamente a la oficina a preguntarnos si habíamos visto su programa.
Al confesarle siempre que no había sintonizado el espacio, el comunicador instintivamente conocía aquello que escuchamos de Bosch: “Nada le interesa al hombre, más que el hombre mismo.” De ahí que un día se apareció por la oficina con la cámara y nos hizo una pequeña entrevista.
Ya no podía tener más excusa para sintonizar el espacio. Cuando llegó ese sábado, faltando para las once, le digo a nuestra otra mitad: “Mira, tengo que poner un canal donde me hicieron una entrevista”. La mujer nos puso el canal, pero saltó de la cama y se marchó al cuarto de las hijas a ver lo que quería. Es decir, que ni con la audiencia de nuestra esposa podía contar.
Entonces comprendí en la práctica lo que había leído en el libro de Gabriel García Márquez “De viaje por los países socialistas, 90 días en la Cortina de Hierro“, donde describe el vano esfuerzo de una sociedad de sepultar al hombre en lo individual.
Cuenta el escritor que recorrió en un tren, el cual definió como una casa rodante, 22 millones 700 mil kilómetros cuadrados sin un letrero de Coca Cola, acompañado de un radio que tenía un solo botón.
Un ruso le explicaba sus conocimientos de América Latina. García Márquez le preguntó entonces ¿Usted ha viajado mucho? y el ruso le contestó: “Si, por los mapas”
En aquella sociedad de 1957, los rusos viajaban a la Luna, pero los niños en las escuelas aprendían a contar con ábacos y las ropas eran cuadradas, mientras los retretes eran colectivos, se había perdido hasta la intimidad.
Un día García Márquez visitó la casa de una familia rusa. Cuando entró vio que los periódicos estaban amontonados en una esquina con su soguita sin abrir. Al preguntarle a la familia la causa de que aquellos periódicos no habían sido ni ojeados, contestaron: “Es que sabemos lo que traen, lo que dice el Gobierno”.
Y todo esto viene a cuento para lamentarnos de que en Manuel Jiménez el legislador se haya tragado al artista y se inventara lo que podemos definir como el método soviético de la Ley de Música, que nunca necesitamos para disfrutar de Derroche y entrar al cielo sin morir.