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DESTITUCIÓN DE COMEY

DESTITUCIÓN DE COMEY

Donald Trump trilla sendero impeachment
Desde el instante en que el presidente Donald Joseph Trump defenestró a James Comey director del Federal Bureau of Investigation (FBI) el nueve de mayo, apresuró el trillo hacia el impeachment, que, empero, en realidad inició la engorrosa ruta cuando se vinculó con el temible zar Vladimir Putin para enturbiar la reputación de su rival de campaña, Hillary Rodhan Clinton.

 

Los más letales contendores que pudiese tener un presidente norteamericano precisamente resultan ser un director de la Central Intelligence Agency (CIA) o del FBI, y el republicano Trump, en su frágil sindéresis, escogió al segundo, convertirse inintencionalmente, en el alfarero que esculpió la escultura de su desgracia política, con su torpe decisión de despedir a Comey, y difamarlo.

 
Estos dos funcionarios que administran a su albedrío informativos y presupuestarios exentos de fiscalización alguna, inclusive congresional, disponen de todas las coordenadas secretas de los funcionarios del gobierno.

 
Propicio es recordar que el inefable John Edgar Hoover, que dirigió al FBI por 29 años, obtuvo ese record irrompible, porque cada vez que un legislador depositaba una ponencia para sustituirlo, Hoover ordenaba al representante suyo en el Estado donde nació el legislador investigar todo su pretérito y el de sus familiares más cercanos, encontrando siempre una lacra, que remitía, “cortésmente” al legislador, y ahí concluía todo, y Hoover seguía en el cargo, tan campante, como el Juancito del whiskey aquel. Ese es el poder de un director del FBI o la CIA.

 
James Comey, (Nueva York, 1961), es formado en ciencias en College & Mary (1982) y doctorado en jurisprudencia en Chicago Law School (1985), con desempeño en varias posiciones anexas a su formación académica, religioso, sereno, en 2013 fue designado director del FBI por el presidente Barack Obama, Ley que vence en una década, y el presidente Trump lo cesó en cuatro, faltando seis.

 
Por vocación, Comey es un policía profesional, y su figura está hoy, por veleidades de las circunstancias, que todo lo deciden en los hombres, no al revés, en la cresta de un tsunami que se percibe arrastrará la presidencia imperial de Donald Trump, por la figura jurídica del impeachment, idéntico al caso del presidente Richard Milhous Nixon por el escándalo de las grabaciones ocultas colocadas en las paredes huecas del hotel Watergate de Washington D. C. donde los demócratas sesionaban, renunciando la presidencia imperial el 9 de agosto de 1974.

 

 
El presidente Trump agudizó el recelo planetario en relación a su sindéresis, cuando en las motivaciones para justificar el despido de Comey, difamó su reputación acusándolo de “cabeza hueca y fanfarrón”, dos definiciones conductuales que resultan entalles psicológicos precisamente del acusador al acusado, considerado devoto religioso e integridad en sus accionar público, equidistante al presidente tempestuoso, imprevisible, perturbador, excesivo, racista, irritante, pirofórico y misterioso ocultador de sus declaraciones de impuestos. Comey, en una demostración envarada desconocida hasta el momento de testosterona, compareció el día nueve de este mes, con el aliento contenido de sus paisanos, extensivo a la aldea planetaria, ante un Comité de Inteligencia del Senado, acusando a Trump de “mentir y difamar, de intentar darle directrices para desviar la investigación sobre el teniente general US Army, Michael Flynn y despedirme por el caso de la trama rusa”, acusación que implica directamente la figura de obstrucción a la justicia (perjuro), y la libre información sobre casos de supremo interés de una administración al país en general, y la judicatura de manera específica.

 
“Mi sentido común (que se insiste, salvo en esta ocasión, es el menos común de los sentidos) me hizo pensar que quería (Trump) obtener algo a cambio de la garantía de mantenerme en el puesto”.

 
Interpretado por Jan Martínez Ahrens, corresponsal del madrileño diario El País en Washington, “ese escrito, listo para un caso de obstrucción, la piedra angular de un posible impeachment, fue la pista de salida de Comey”, apostilló.
Es la primera vez en la historia de EEUU que se involucra, demostrable, la intromisión consensuada de un país, en este caso, Rusia, incidiendo en los asuntos internos de otro país concerniente a un proceso electoral para destruir la reputación de un candidato (Hillay Clinton), para favorecer al otro, (Trump), y las indagaciones que advendrán, establecerán, Comey debe disponer del fardo de la prueba, que en jurisprudencia es que condena, las motivaciones personales o de interés para la Unión, de Trump confabularse con el zar Vladimir Putin para perjudicar la reputación de su rival.
James Comey será citado nueva vez por el Senado en otra ronda de precisiones sobre la trama rusa, la denunciada compulsión a Comey por Trump para soslayar el caso, y la prístina evidencia del impredecible y bipolar presidente de perjuro y obstrucción a la justicia, renaciendo el impeachment para el gobernante de la retórica desmesurada, las corbatas largas y la presidencia imperial corta, que pretende conducir a su gran país y la humanidad a empujones, idéntico al que propinó al primer ministro de Montenegro, Dusko Makena, el cinco de mayo, en la cita de la OTAM en Bruselas, para ponerse en primera fila…

El Nacional

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