Gelatina institucional
En cualquier sociedad medianamente institucionalizada, como Chile, Perú, Uruguay o Costa Rica, para citar algunas realidades cercanas, posiblemente el conflicto sobre Loma Miranda no hubiera pasado del dictamen del Ministerio de Medio Ambiente.
Porque, en algunos países sudamericanos los conflictos alrededor de la explotación de minas no se han derivado por motivaciones puramente ecológicas, sino porque la extracción de minerales ha llevado a la expulsión o desplazamiento de miles de familias indígenas y la consecuente desarticulación de sus modos de vida. El conflicto planteado tiende a ser entre la racionalidad capitalista minera y los fundamentos de la vida e integración de grupos humanos en habitats construídos durante generaciones que suman siglos. De ahí la fuerza política desplegada desde los 90s por el movimiento indigenista sudamericano.
En Loma Miranda, la discusión original giraba casi exclusivamente en torno al impacto ecológico subregional de la extracción de minerales. Esa actividad no implicaría -por lo menos en plazo previsible- el desplazamiento de miles de familias ni la desarticulación de comunidades.
Entonces, siendo en su planteamiento original un conflicto puramente ambiental, un Ministerio de Medio Ambiente con credibilidad técnica e institucional suficientes hubiera tenido la palabra final.
Sin embargo, en este caso, como en otros, nuestro Ministerio se ha comportado como un figurín pomposo, dejando una parda estela de indulgencias frente a las depredaciones que ejecutan poderosos mercaderes de la arena de ríos, por ejemplo, y, de otro lado, ha sido implacable contra los pequeños empresarios o simples ciudadanos cuando les toca.
Esa historia de «pragmatismo» político, ese «culipandeo» inicuo, le ha quitado credibilidad, al menos para que la gente le crea lo que diga sobre un contencioso del calibre Miranda – Falconbridge. Ese «pragmatismo exitoso» que se ha instalado en el PLD, fue lo que llevó al Palacio el caso Miranda, hasta rematar el pasado miércoles 2 con la impúdica levantada de faldas del Senado.
Lo que está desacreditando al país en el exterior no son las reclamaciones de la población, sino esa gelatina institucional en que se ha convertido la República bajo el «liderazgo exitoso».