La respuesta a las preguntas básicas que plantea la candidatura de Trump está en el contexto histórico en el que se desarrolla la campaña antes que en su personalidad. Las transformaciones de la economía estadounidense, la tasa de desempleo, la emigración de la industria manufacturera a países con salarios más bajos, la concentración de la riqueza, el empobrecimiento de las clases medias estadounidenses —la gran masa de la población— han abonado el terreno para el ascenso del populismo nacionalista que encarna.”
Estas palabras extraídas directamente del brillante artículo de la profesora Soledad Loaeza ayudan a deglutir –sin mayores amagos- la razón del posicionamiento de la candidatura de Donald Trump.
En dicho artículo –que se asiste de la indispensable obra de Thomas Piketty-, la profesora mexicana explica que no se puede analizar –lo que denomina- el efecto Trump sin vincularlo al contexto histórico que lo arropa. Los Estados Unidos no están en su mejor momento y su población se encuentra muy fragmentada económicamente por la gran desigualdad.
El otrora sueño “americano” se ha convertido en una peligrosa y dilatada pesadilla. A raíz de eso –como expusimos en nuestra entrega anterior sobre Cuba- surge el replanteamiento ideológico de los Estados Unidos respecto a la tierra de Fidel. De igual forma el acercamiento al debilitado “cono sur” para seducir nuevamente unas relaciones bastante deterioradas.
Donald Trump tiene muchos defectos y lo han catalogado como excéntrico, racista, impulsivo y maniático multimillonario pero solo los ingenuos podrían etiquetarlo como improvisado.
Nadie a través de la “improvisación” logra mantener y reproducir una fortuna millonaria en una de las economías más exigentes y poderosas del mundo. El efecto aglutinador y efervescente de su candidatura –ciertamente-responde a las precarias circunstancias económicas que está viviendo la población estadounidense y precisamente por eso es que no se puede incurrir en el error descartar a Trump como un “efecto burbuja” sin posibilidades.
Debemos recurrir a ese abogado incorruptible de la eternidad, llamado la historia -como afirmaba Stefan Zweig- para comprender como circunstancias económicas han guiado las principales revoluciones sociales y erigido los líderes más radicales. Basta recordar la Alemania antes de Hitler y como atravesaba una de las peores crisis de producción bajo las constantes presiones de Inglaterra y Francia, que, combinado con la inmigración judía -que agudizó la recesión económica-, fue la receta ideal para el surgimiento de Hitler.
Por esto debemos advertir con mayor cuidado la verdadera posibilidad de Donald Trump.