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El lector y su fábula

El lector y su fábula

En su maravilloso poema Viaje a Itaca Constantín P. Cavafis, a través de una sutil metáfora hace que los lectores realicen junto a él un viaje extraordinario en el que,  el sueño es mucho más importante que la meta. A partir de ahí uno se imagina ser un lector de Cavafis.

¿Jorge Luís Borges se imaginó ser un lector de Marcel Schwob? Así como yo he imaginado aquel largo viaje lleno de saberes al que me ha llevado el poeta, pienso que Piglia imaginó también ser un lector de Borges para descubrir su intricado mundo de fantasías.

Cualquiera de nosotros podría decir lo mismo si se piensa en el propio Borges quien  es más contemporáneo que Schwob, lo que quiero significar aquí es que la cadena de pensamientos, diálogos y experiencias diversas que se establecen en la obra es mucho más universal e infinita que, hasta donde alcanza nuestra imaginación.

Esto es, que la materia memorística de la que está hecho el pensamiento de  los escritores de cualquier época, sea antigua o moderna no parte de cero, también se complementa y se enriquece con la experiencia  y con las expectativas del lector y lo pactado entre su mente y lo que el cerebro sueña.

Así que tratar de explorar el camino de la memoria, como viaje al pasado también es un río que fluye épocas tras épocas. Si pensamos en Aristóteles o en Sócrates como autores de la antigüedad clásica sabemos que sus  pensamientos se forjaron a partir de la oralidad. Ellos fueron la imagen del pensamiento de otros a los  que nunca conocieron.

Somos los dueños absolutos de un legado cultural y de lo que imaginamos de manera sucesiva y continua gracias a una cadena de espectáculos y acontecimientos que nuestro cerebro va guardando de lo que vemos y escuchamos en el mundo material y sensorial.

De adulto, nuestro corpus imaginario se ensancha y la mente vuela hasta que alcanza su grado más alto. Pensemos  que la memoria es vegetal, que el patrimonio inmaterial del conocimiento es legado de la humanidad. ¿Podemos afirmar que todo lo relacionado en cuanto a lo que pensamos está hecho?

No necesariamente tiene que ser así, lo que pasa es que a través del tiempo hemos retroalimentado el cerebro con aquello que hemos imaginado sobre lo imaginable. ¿La metáfora de lo que somos es pues una ilusión? ¿O el cuerpo ha sido imaginado también? Puede ser: el amor es el fruto de la imaginación, idealizamos la mujer con la que soñamos. Dos seres que se amaron imaginaron hacer el amor, por eso somos una perfecta combinación de mente y cerebro, materia y sustancia.

Podríamos trasladar estas interioridades de la existencia misma del hombre hacia los principios del arte y la literatura. Sustancia imaginada es la que se anida en el cerebro para producir las obras, sean visuales, escritas o auditivas.  De lo que podemos estar completamente seguros es que para llegar a los estadios del arte acabado la imaginación del hombre ha tenido que recorrer un largo  e intricado camino,  cuya explicación la encontraremos en los miles de millones de años de conocimientos acumulados y depositados en libros y artefactos tecnológicos.

Lo maravilloso de esta tragedia tendrá un resultado espectacular: aunque el hombre deje de existir materialmente, dejará en la memoria humana algo de lo que fue, por esa razón existen los libros, porque son la prolongación material del pensamiento humano y el legado de lo que este ha sido a través del tiempo. Memoria y materia serán los responsables de la continuación de los saberes de la humanidad saecula saeculorum. La escritora española Irene Vallejo es fiel a este pensamiento. La humanidad de hoy es el producto de lo que ha sido antes y  de lo que fue ayer. Por lo tanto la sabiduría de hoy es un Continuum pensar sobre el pensar.

El Surrealismo imaginó un mundo que no existía y ese mundo nos pareció real y verdadero. Mientras los judíos  imaginaron que para ellos el cielo era una biblioteca, para Borges el paraíso fue visto como una fuente de conocimiento. Con estos hechos se muestra más que todo, la riqueza del arte, la belleza de la imaginación  y sus infinitas posibilidades de conquista del alma humana.

Si vemos a un niño contemplando la imagen de la luna en un pozo, podríamos decir que es un niño con cierta  sensibilidad, porque  observa aquel espectáculo como algo natural, mientras tanto pensamos que el niño se está imaginando la luna porque tiempla, porque la silueta lo ha atrapado junto a los pliegues del pozo como resultado de lo que él se imagina.

Quiero relacionar  este concepto al de la obra literaria, específicamente a su condición inmanente. Lector y obra se complementan, por lo tanto son el fruto de lo que se imaginan, construyen un mundo espectacular alrededor de lo que piensan y son en definitiva, la materia misma de lo que ambos han decidido soñar. Si no es así, ¿De qué manera descubriríamos los míticos Lestrigones y los legendarios Cíclopes de los que nos habla encandiladamente Cavafis?

Por Eugenio Camacho silverio.cultura@gmail.com

El autor es escritor.

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