Reportajes

El necesario cambio social

El necesario cambio social

SANTIAGO.-  Las múltiples adicciones a drogas destructivas derivan de un vacío existencial colectivo.

A su vez nace éste en el consumismo incontrolado de la sociedad occidental.

Puede haber múltiples explicaciones compasivas pero la existencia de capos, de una criminalidad despiadada que lucha mantener un mercado, que se lucra de la tragedia, que es malvada y desalmada, no es la única y ni siquiera es la más seria.

Las adicciones que generan una competencia bestial por obtener ganancias rápidas, que no excluyen a esa selva ensacada llamada Wall Street, terminarán cuando haya valores verdaderos, no necesariamente impulsados por la religión, y a veces a su pesar, sino por los procesos de la conciencia personal y asimismo extendida a millones de seres hoy consumidores.

El consumo no parará con acciones de comando y meramente policiales  que dejan estelas dolorosas y arbitrariedades como la condena de gente enferma sino a través de un cambio social de enormes proporciones que no se vislumbra y que tal vez no se produzca salvo después de un colapso a esa misma escala.

Cuando la gente se droga para soñar del modo desordenado  a través de estupefacientes  intenta escapar de una realidad que de otro modo parecería no tener sentido.

La insensibilidad social que experimentan las sociedades desarrolladas nace asimismo de otra droga dura y difícil:

La del trabajo a toda marcha para competir, para ser el mejor, para ganar más y gastar sin límites, para aplastar, para exhibir trofeos y alumbrar el ego con luces de neón.

Ese es el patrón ilusorio, la propuesta idílica de la sociedad occidental vaciada de valores menos accidentados, menos espurios y más sosegados y claros.

La decepción de los jóvenes de una sociedad altamente competitiva que produce fracasados es uno de los caminos que abre cancha a las adicciones, blandas primero y devastadores, después.

Esa tendencia, para mal, se está extendiendo a Oriente a través de China e India.

Estas potencias llamadas emergentes asumen hoy patrones que van declinando en esta área del mundo a través no del cambio sino de la  decadencia y la putrefacción.

El desarrollo de elevados estándares de vida consumista es proporcional al empobrecimiento de valores intrínsecos que por siglos las religiones creían controlar a través del  sermón ético que apenas funciona ya como freno social.

El ser social contemporáneo vive la perturbación de las ansiedades, la incertidumbre, el conformismo, el conservadurismo que va de autoritario a individualista a virtual.

La gente es tan sacudida hoy por el compre, tenga, gane, lléveselo, agarre, suelte, decida, vaya, venga u otras manipulaciones de masas en que la gente cuenta sólo como valor numérico, que más de una se refugia en el sueño artificioso, que cuesta sus dineros también.

Imaginarse  sólo como muestra elemental una publicidad de tarjeta de habla en que hay de por medio una publicidad  halagadora, edulcorada y llena de pretensiones que parecen las más inofensivas.

Todo ese falso amor de reparto termina cuando dejaste de pagarla.

Entonces la compañía que tanto te amó y se preocupó por ti ya no te quiere porque dejaste de pagarle.

Esos y otros artificios más acentuados y hipocritones conforman la vida de hoy instrumentalizada, excesivamente razonada, manipulada, corporativizada, despersonalizada, desligada de una elementalidad, sino pura o ingenua al menos salida de un orden natural que se ha ido extinguiendo para dar paso a una robotización en que la ciencia con sus rigores territoriales, su magia implacable y sus conclusiones glaciales, es hoy la que manda en todo.

El hermano mayor ya está aquí y entró al hogar celular y tarjeta a mano, repartiendo órdenes de compra interesadas, desarticuladas de la realidad, distribuyendo mariposas con alas plastificadas, ruidoso, dando grandes voces e imponiendo la dictadura del consumo sin la cual no eres nadie, no existes, no estás gozando de la vida, no tienes la menor importancia y te verás burlado, atropellado o en el peor de los casos, ignorado.

Los valores de antaño se sentían más cercanos porque la vida iba más lentamente.

 Este acelerón multitudinario no va a terminar de la mejor manera y la gente despertará a través de las tragedias, los desastres a gran escala y la conciencia de que hay que producir un cambio cualitativo y colectivo en la conciencia de todos a través de la individual de cada uno.

La otra droga

La insensibilidad social que muchas veces caracteriza a las sociedades desarrolladas, nace de otro tripo de droga, dura y difícil:

Se trata de la del trabajo a toda marcha para competir, para ser el mejor, para ganar más y gastar sin límite, y así aplastar para exhibir trofeos y alumbrar el ego con imponentes luces de neón.

El Nacional

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