El tiempo es el mejor medidor de la gente. Los que en la Universidad Católica de Santiago, truncaron el movimiento renovador y contribuyeron a la expulsión del pensamiento progresista, son hoy prohombres y mujeres agrupados en claques. En esas claques celebran, se apoyan, dirigen medios obtienen premios nacionales, burlándose de aquellos o aquellas que les adversaban y hoy compiten, como renegados, por ponerse en la mira del capitán.
Compartimos el mismo espacio y los vemos orondos, irónicos y satisfechos con los resultados de su alianza con el gran capital. Son la élite pensante de derechas y saben que si se extralimitan, caso del Frente Nacional, pierden toda vigencia, porque el truco es mantener un discurso liberal mientras se disfruta del poder de las minorías, su objetivo principal.
Algo al revés sucede con los izquierdistas de mi generación, con honrosas excepciones. Conocí a muchos, entre ellos a Roberto Rosario, cuando como casi todos los hoy peledeistas andaba con sandalias y le encantaba la poesía.
Por eso se casó con una de las más exquisitas aedas del Círculo de Mujeres Poetas (con nosotras como testigos), a la cual vi más tarde arrastrando a sus niñas, porque Roberto, empeñado siempre en tener carros de lujo con los cuales adquirir la prestancia social que no había heredado, no las llevaba al colegio. Ahí creo que comencé a entrever su naturaleza.
Como muchos, Roberto encontró en el PLD la vía expedita para importantizarse, algo comprensible si el poder no tendiera a confundir la soberbia con el ejercicio profesional, o a hacer que la gente olvide sus raíces y se comporte como un extraterrestre, de la insignificancia social revestida, en la tierra. Los ejemplos abundan.
Por suerte nos conocemos, porque provenimos de la misma aldea generacional, algo que muchos jóvenes ignoran, preocupados como están en descifrar los mecanismos para acceder a la riqueza en estos tiempos de recesión ideológica, donde vemos a los limpiavidrios como antisociales y no como jóvenes en busca de la sobrevivencia.
Ese conocernos nos permite llamar a capítulo a cualquiera de nuestros congéneres, cuando se extralimitan, y decirle ¿Qué es lo que tú te estás creyendo?, a sabiendas de que el mercenarismo ideológico es un resultado natural de la lucha por la vida, en tiempos de derrota.
Por eso, nos queda solo la ternura para seguir soportándonos y ejerciendo la tolerancia, apelando, si no a la nostalgia por los tiempos de las sandalias luminosas, (cuando el pie era andariego y pensábamos que íbamos a transformar el mundo) al recurso de la magia justiciera, “del mal de ojo”. Algo a lo que las oligarquías y sus advenedizos parecen inmunes, porque también para eso sirve el capital.