Uno no imagina a los milenarios faraones que se desplazaban como dormidos, regios, Nilo abajo en hermosas barcarolas de oro, hablándole cada cierto tiempo a la subordinada plebe.
Tan sutil era su mando todopoderoso que terminaron creyéndolos-y creyéndose ellos mismos- dioses.
Entonces era normal que un gobernante, cubierto por el aura de la divinidad, se creyera una de ellas. La vida moderna en cierta medida ha humanizado a los líderes aunque los ha hecho más poderosos, con capacidad incluso para la destrucción a escala planetaria, lo cual preocupa y más que preocupar, aterra.
Recordar quien, con sus deficiencias mentales y su capacidad para el daño y para el cobro de víctimas inocentes, estuvo durante ocho infinitos años al frente de la potencia más poderosa es algo que, de verdad, da grima.
Nadie que pretenda alguna incidencia social u orbitar por algún tiempo en la memoria de la historia ignora el factor poder como tampoco sus consecuencias mediatas e inmediatas.
No lo ignoraron los antiguos, entre ellos el hispano Séneca que recomendó usar el poder livianamente sobre todo cuando éste se sostiene en una magnitud superior.
Balzac, el perseguido Balzac, no por los políticos, sino por las deudas, vio incluso al poder como una conspiración permanente.
Las diferentes maneras de ver a ese cuerpo múltiple, ese cancerbero de glorias e infiernos tridimensionales, resultan infinitas.
Ya el historiador romano Tácito lo iba viendo ejercido con malos propósitos cuando éste se obtenía por medios culpables.
El actor estadounidense, que parece haber tenido sus buenas lecturas, declara que los gobiernos trabajan ocultando muchísimas cosas porque ese es precisamente su poder.
Ya se sabía con alguna exactitud desde hace milenios que el silencio es poder.
Más que otros procedimientos, el poder es en sí y de por sí el uso que se haga de él.
Hay quienes lo pierden, como perderían un hermoso tesoro, por no entenderlo, por no conocer de sus sutilezas y ferocidades.
Usted no puede confundir al perro de la casa con un oso de peluche que es bonito, admirable pero que no tiene vida.
Y sobre todo, tiene que entender que todo detentador del poder, alguna amarga experiencia arrastra, algo se lleva de impopularidad tras de sí.
Por ello algún político eslavo dijo alguna vez que sólo es digno de su poder quien lo justifica día a día.
Hay quienes no podrían hacerlo ni por un segundo de su vida.
Y sin embargo, por una casualidad imperdonable, lo obtienen por muchos años, hasta el logro supremo de la ruina de su pueblo.
La historia registra suficiente experiencia de ello, no siempre bien asimilada.
El grave ensayista que fue Jhon Stuart Mill declaró una vez, como si hubiera venido aquí y visto la experiencia histórica que hay, que todo aquello que sofoca la individualidad, sea cual sea el nombre que se le dé, es despotismo.
Tenemos la experiencia reciente de Santiago: el poder no pasó, incluso con su enorme capacidad económica y movilizadora.
Parece que esta región marcará alguna diferencia en el porvenir, que se avizora difícil políticamente.
Será probablemente la nota discordante, en el muy pensado esquema del ajedrez político nacional.
Al final: Esquilo. El trágico griego dijo, o le atribuyen haber dicho, como si lo hubiera pronunciado ayer- hay intuiciones que funcionan para siempre-que es una especie de enfermedad natural de los poderosos no poder fiarse de los amigos.
Cuánta experiencia práctica hay de ello, reciente incluso, con el pase y trasvase y renuncias de lealtades políticas a las puertas de las pasadas elecciones.
Iguales
No importa el partido que gobierne, en cada campaña electoral una parte de los recursos públicos son usados en las campañas electorales para favorecer a los candidatos oficialistas, mientras el que esté en la oposición sólo denuncia

