Una excusa puede ser un pretexto o una disculpa, mientras que una escusa se refiere a una cesta de mimbre o a los privilegios de que goza una persona, o al derecho que un dueño de tierra concede para que se apaciente en ella, entre otras cosas.
Todos cometemos errores: somos humanos y la perfección, la verdadera perfección, es virtud exclusiva de los dioses, dicho enunciado es la perfecta excusa, luego de «meter la pata». Sin embargo, es un deber de cada uno el superar, con dedicación, tenacidad y preparación los errores cometidos, gracias al conocimiento en general y al reconocimiento, en particular de los mismos: a esto le llamamos conciencia autocrítica.
Nosotros, aunque imperfectos, por gracia, tenemos la capacidad de mejorar, en la medida que uno se lo proponga, basados en la pericia y la ganancia de saberes; siendo, acaso, esto un modo de sabiduría, o, por qué no, una tendencia hacia la anhelada perfección en limitados campos de los infinitos haceres humanos.
Lo anterior podría ser considerado una escusa, con s, en su segunda acepción, para los que desarrollan conciencia lingüística. Y en este grupo debieran estar, sin excusas, los escritores y los académicos de toda índole, para los que la lengua es su instrumento de labor y materia prima a la vez. Para todos ellos, un vocabulario amplio y bien aplicado es una útil escusa, en su primera acepción con s, que facilita y enriquece su oficio.
En la actualidad, es generalizado el uso de los ordenadores o computadoras para toda clase de labor intelectual. Y ellos, de manera práctica vienen con una escusa o cesta básica de palabras, que el usuario ampliará a medida que va haciendo suyo el aparato, en una suerte inteligente, fruto de la interacción entre ambas mentes, la humana y la artificial; pero, idealmente, siempre la nuestra, de hechura cuasi divina sobre la otra. Afortunadamente, aún Dios no es máquina. Y, como si esto fuera poco, este vocabulario está dado aleatoriamente, gracias a algoritmos (?), a modo de atajos en los amplios y laberínticos caminos de la lengua y el lenguaje, intentando, a toda costa, facilitarnos las labores y agilizando la escritura. Pero, esta memoria cibernética del idioma también puede ser una trampa atroz para el escriba. Y, peor aún, si a eso le agregamos la proximidad en el teclado entre algunas letras (verbigracia la v y b, y la s, la z, la x y la c) más la prisa y la inmediatez características de esta dichosa posmodernidad, en lo particular en las redes sociales: ahí es que la «puerca retuerce el rabo». Pues, dudas todos podemos tener, mucho más bajo los efectos del influjo creador, que se ocupa mayormente del fondo, que no de la forma. Y si a cualquiera se le va la liza, en estas circunstancias, ni se diga.
A los que escribimos esto nos aterra, más a quienes asiduamente lo hacemos en las redes sociales, sabedores de que siempre hay cazadores al acecho.
El gazapo también puede resultar de una travesura del «mal genio» de nuestra computadora; esa aliada que a veces parece gobernarse, jugándole a uno inmensas trastadas, como cuando uno corrige, adecuadamente, y ella no registra o guarda los arreglos o cuando uno escribe algo con pleno conocimiento y el malditico e inteligente aparato lo cambia a su antojo. Por eso es frecuente que un poeta pelee con su computadora, que pretende saber más que él. Me recuerda esto a los duendes invisibles de las imprentas, que se mofan del más avezado de los editores, sacándole la lengua, luego que el texto está materializado. ¡Cuántos dolores de cabeza! ¡Qué vergüenza! Similar, enantes, cuando la tarjeta de crédito no pasaba, ante la inquisidora actitud de un cajero verdugo y un auditorio repleto de más clientes, detrás…
Para todo lo anterior, la corrección y la paciente revisión son las claves del éxito (palabra muy de moda, ahora). Una y otra vez, gracias a la virtud de nuestro aliado, que nos permite editar y reeditar de manera perpetua, con poco esfuerzo y sin costo alguno. Así le hacemos a él conocer nuevas palabras, incluso las que creamos o inventamos, gracias a nuestro genio creador, en aras de la estética o de una mejor comprensión por los lectores. Y, por otro lado, que se adapte a diversas formas sintácticas, notas distintivas de la voz personal que como escritores acuñamos.
En fin, de excusas y escusas, y venciendo el desconocimiento de la lengua y el lenguaje, para lograr buena comunicación y forjar una literatura de calidad, así como las travesuras y trampas cibernéticas reales, que no virtuales, evitando la expoliación de la obligada prisa, alcanzar y mantener la dichosa y pretendida perfección en lo que escribimos, gracias, por último, a la no mencionada escusa que nos dispensa magnánimamente la lengua para que habitemos con fruición en ella.
El autor es escritor y médico.